De modo que llamemos a la gente para hacer un
extenso rito, aprovechando la presencia de los hijos de las estrellas, Millaray
y Cajamarca que desde hace rato nos están acompañando. Además todo será muy sagrado
porque el còndor, llegado de la luna nos
bendecirà también con sus graznidos”.
Cuando el dios Chocò terminò de hablar, la princesa
Millaray alzò la voz y dijo. “Cajamarca y yo le daremos a la nueva pareja, las
refinadas cagadas de oro que el Tunjo nos ha dejado durante èste tiempo en el
joto que siempre llevamos. Ese oro es el mas fino y envidiado del mundo que
todos quieren tener. Además el pàjaro de mil colores que no nos abandona, con
su mágico canto hará que las sirenas
salgan del mar para que nos acompañen en los sagrados ritos de la unión. Ellas
cantaràn para nosotros, trayèndonos la suerte y el alimento marino que nunca
faltarà a nuestros pueblos”.
Entonces Anbaibe mandò prender muchas fogatas de colores
verde, azules, rojas, amarillas, violetas, con el fin de iniciar el rito que
atraería a Juyà y a Pulowi donde quiera que estuviesen. Alrededor de esas
fogatas danzaban las muchachas, las bellas mujeres maduras, las ancianas y
muchos otros del pueblo que también tenìan antorchas en las manos elevadas al
viento, al hondo espacio, mientras Chocò tocaba las maracas mágicas, acompañado
por sonidos de tamboras, de flautas, y por los cantos sensuales de las voces
femeninas. Asì pasò mas de una hora hasta que el cielo se empezó a poner oscuro,
realmente negro como casi nunca sucedìa. Al poco rato, enormes, poderosos rayos caìan
cerca de ellos, casi carbonizàndolos, hasta que finalmente en un formidable rayo de
color rojo incandescente que parecía hacer trizas el espacio y destrozar el
mundo, bajò el dios Juyà, con una gruesa vara de oro brillante en sus manos. Su
cuerpo era gigante, musculoso sobre el que corrìan arroyos de agua que
increíblemente salìan de el y que luego se evaporaban para convertirse en lluvia
que fertilizarìa las tierras de allì.
Juyà no querìa soltar el rayo en que había venido
desde otras estrellas, lo tenía de la cola y lo estrujaba haciéndolo mas
brillante y bramador, hasta darse cuenta
que el pueblo lo llamaba a gritos porque lo necesitaban urgente. Solo ahì, y
por causa de tanta algarabía, soltò el rayo que desapareció instantáneo, como
lo hacen las luces en el espacio. En ese momento se desatò una tormenta que con
el tiempo se hizo inolvidable entre el
pueblo Wayuu. Cayò de los cielos durante
tres días y tres noches seguidas, inundando la tierra como nunca había pasado.
“Dios Juyà, venga descansa en la choza de la
princesa Mile y del dios Chocò que lo han esperado mucho para que les de su
bendición, mientras llega Pulowi que les darà la fertilidad y les alargarà la
vida hasta siempre” le dijo el cacique Anbaibe cogiéndolo de un brazo del que
brotaba agua sin parar. “Gracias noble cacique. Entremos entonces a la choza
mientras llega mi adorada Pulowi a la que no veo desde hace cinco días”
respondió Juyà forzàndose entre la gente que querìa verlo de cerca y tocarlo
para volverse mágicos, como ya les había pasado a otros en visitas anteriores.
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