Al dia siguiente de que Ewandama se hiciera
invisible para viajar a su pueblo
Waunana, el cacique Anbaibe con sus hijos Nutibara y Quimunchù, trajeron a la
princesa Mile a la choza donde había dormido el hijo de Ewandama, para que la conociera.
Era bella como la luz de una estrella, como un àtomo sideral, y sus movimientos
eran semejantes a las altas palmeras. Estaba sin dote y tanto ella como el
cacique Anbaibe sabían que una unión entre el joven dios y la muchacha, les
traería incalculables riquezas de otros pueblos.
Aunque la choza era oscura, el hijo del dios
Ewandama, logró ver en la penumbra a una bella muchacha, de pie en la entrada. Tenía
en su cabeza una corona de oro con muchas perlas delicadamente incrustadas. Le
viò una sonrisa tentadora, Pulseras y tobilleras de oro, unos ojos limpios,
brillantes con rayos de sol. Aretes relucientes y sonoros, un largo vestido ligero de intensos colores y
un cuerpo frágil y sensual que lo hizo poner de piè de inmediato. “Respetado
hijo del dios Ewandama, ella es mi sobrina Mile, hija de mi hermana Yanamà, que
gobierna conmigo el pueblo Wayuu desde el oriente hasta el occidente y desde el
norte hasta el sur” le dijo El cacique Anbaibe. “La he traido para que la
conozca porque està llena de sutileza y de envidiables virtudes que los hombres
del pueblo y de pueblos cercanos le admiran y le imitan. Y como hemos visto que ustèd està solo y
silencioso, le damos el remedio para su aislamiento y su soledad. La bella
princesa Mile quiere ser su compañera, quiere alegrarle los días, hacerlo reir
y darle muchos hijos como lo hacen las princesas Wayuu”.
Entonces El dios Chocò, que ese era su nombre,
sonriò iluminando su cara y agilizando su cuerpo, saliendo muy contento de la
choza. Cogió de las manos a la princesa Mile, diciéndole “El pueblo Wayuu
quiere que yo pertenezca a ustedes?. Si es asì, estarè contento de quedarme en
èstas tierras, en su compañía bella princesa. Los dioses del universo le habían
dicho a mi padre Ewandama que cuando yo hablara mas de tres palabras seguidas
me convertirìa en un dios con poderes y gran sabiduría. Ahora sè que eso ya ha
pasado internamente en mi y que la relaciòn del pueblo de los Waunana, con los
Wayuu será fuerte y de gran hermandad. Traerè mi dote a la princesa y asì èste
pueblo será mas rico en machos cabrìos, en piedras preciosas, en luz de
estrellas, en calientes rayos de sol y en extensas e inacabadas arenas. Esta
tierra le darà sabor al mundo porque serán muchos los que vendrán por sal para
sus alimentos. Ahora lo que debemos hacer es esperar la presencia del dios
Juyà, señor de las lluvias y de su esposa Pulowi. Los invocaremos con músicas,
cantos y danzas alrededor de muchas fogatas y con el sonido de tambores y de las
maracas mágicas. Ellos, Juyà y Pulowi serán los sacerdotes que consagraran la
unión de un dios con una princesa en èste pueblo Wayuu. De modo que llamemos a la
gente para hacer un extenso rito, aprovechando la presencia de los hijos de las
estrellas, Millaray y Cajamarca que desde hace rato nos están acompañando. Además
todo será muy sagrado porque el còndor, llegado de la luna nos bendecirà también con
sus graznidos”.
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