. Ellos si pueden hablar porque tienen permiso” y sin
decir nada mas, desapareció de la fogata dejando en el espacio un chorro de luz
entre azul , verde y violeta. “Ya han oído. Maleiwa nos mandará al Omnipotente
Juyá, el señor de las lluvias, y a su esposa la divina Pulowi que siempre lo
acompaña. Debemos estar atentos a su
llegada” explicó el gran brujo dejando las maracas mágicas sobre una piedra
blanca al lado de el. “Posiblemente lleguen montados en un rayo, porque ese es
el medio de transporte que usan viniendo a la tierra” terminó de explicar
Anbaibe que ahora bebía agua de una calabaza grande color ladrillo. Le había
dado mucha sed con la danza y con la fogata que no se apagaba.
Mientras se acomodaron encima del pasto y debajo de
los àrboles, esperando la llegada del omnipotente Juyà y de su esposa Pulowi,
el dios Ewandama escuchò en su pecho y en lo hondo de su mente, sonidos de
tambores llegados de su tribu Waunana. Es que lo llamaban urgente porque su
presencia y sus enseñanzas eran fundamentales para la vida de la tribu, de modo
que buscando entre algunos àrboles y llamando a su hijo, el que no hablaba, le
dijo acercándosele al oído “debes quedarte un tiempo con nuestros amigos los
Wayuu. Ellos te darán una bella princesa a la que cuidan como su mas valioso
diamante, para que estès contento en su
compañìa todos los días de tu vida y para que animado y jubiloso por su sonrisa
y por el brillo de sus ojos, aprendas a hablar sabiamente como hacen los hijos
de los dioses. No puedes defraudarme, hijo mio. Yo irè a mi pueblo porque me
estàn llamando pero estarè pendiente de ti todos los días del sol”.
Y sin pedir permiso, cogió las maracas mágicas
haciéndolas sonar muy suave, a la vez que pronunciaba palabras prodigiosas para
que las fuerzas del universo llegaran junto a el. Inexplicablemente, mientras
entonaba las maracas y decía las palabras, su cuerpo se fuè haciendo transparente,
alcanzando lo invisible hasta desaparecer por completo de la vista de todos los
que estaban allì. Nadie hablò pero todos supieron por el tipo de rumor en las
ramas de los àrboles cercanos, que había
viajado a su pueblo Waunana donde lo necesitaban urgente.
Al dia siguiente de que Ewandama se hiciera
invisible para viajar a su pueblo
Waunana, el cacique Anbaibe con sus hijos Nutibara y Quimunchù, trajeron a la
princesa Mile a la choza donde había dormido el hijo de Ewandama, para que la
conociera. Era bella como la luz de una estrella, como un àtomo sideral, y sus
movimientos eran semejantes a las altas palmeras. Estaba sin dote y tanto ella
como el cacique Anbaibe sabían que una unión entre el joven dios y la muchacha,
les traería incalculables riquezas de otros pueblos.
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