. “Yo nací en el mar, lo mismo que mi hijo” dijo de
pronto Ewandama mirando a la joven que estaba entre dichosa y temerosa . “Le da
a uno angustia mirarlo” dijo Cajamarca riendo nervioso, incontenible, sin poder
explicar la causa de esa risa. Entonces el cóndor entendió que debía alejarse
de allí, meterse por encima de los bosques y la tierra para que sus amigos
estuvieran tranquilos, y volteando al sur, buscó las colinas y los valles sobre
los que se fue en un vuelo acelerado, llegando en poco tiempo a las tierras
resecas de la nación Guajira.
“Ya llegamos al país de la diosa Inhimpitu?” le
preguntó Millaray al còndor, arreglándose el pelo que tenía muy revuelto por el
viento. “Si princesa. Ahora lo que hago es buscar el rancho donde ella vive. No
nos demoraremos en llegar allá. Falta poco, ya estoy ubicado. Pero mientras
tanto miren a los nativos Wayúu que saltan haciéndonos señas. Seguro quieren
que bajemos a saludarlos” contestó el ave desplegando las alas para sentir frescura porque el
bochorno que había era mucho. “No, todavía no vayamos donde ellos. Primero
encontremos a la diosa Inhimpitu porque es urgente que hable con ella”
respondió Millaray mirando en la distancia los escasos ranchos que habían,
pretendiendo descubrir el de la diosa.
Cóndor voló varias veces encima del mismo
territorio queriendo dar con el caserón
de Inhimpitu, que no lograba encontrar, hasta que vió las colinas y el
rio, donde habían estado en tiempos pasados. “Aquí abajo era donde ella tenía
su rancho” gritó inquieto porque no veía la casa . “Estoy seguro de eso. No se
me puede olvidar” y sin pedirle permiso a los jóvenes para bajar, descendió a
la orilla del rio que se resbalaba tranquilo y silencioso entre las piedras y
la arena. “No está el rancho de la diosa……. que le pasaría?” dijo Cajamarca
poniéndose de pie en las espaldas del buitre. “Aquí era donde estaba, lo
recuerdo bien”. “Si, yo también lo recuerdo. No se me olvida” dijo Millaray
desconsolada. “Pero miren, allá se ven columnas enterradas y podridas. Quiere
decir que hace mucho no está aquí”, dijo
afligida. “Entonces lo que hay que hacer es ir a la tribu y preguntarle
a la gente si saben algo de ella” propuso Ewuandama mirando a su hijo que no
decía ni una palabra. “Si, eso es lo que tenemos que hacer. Bajemos un poco, descansemos,
tomemos agua, comemos algo y vamos donde los Wayúu. Es posible que ellos nos
den razón de la diosa.
Se
descolgaron ligeros por las alas del buitre, pisaron tierra y corrieron a mirar
las ruinas del rancho donde crecía la maleza y donde algunos animales habían hecho sus nidos. “Solo están las ruinas. Que pesar” dijo de
pronto el hijo de Ewandama caminando entre los escombros. Es triste que una diosa desaparezca sin saber
que ha sido de ella, pero seguro que el pueblo Wayùu debe conocer donde está”.
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