domingo, 22 de octubre de 2017

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 99 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)......2




.  “Entonces no hablemos mas. Mañana temprano nos iremos porque el cóndor quiere volar también. Me lo ha dicho. Me dice que cuando no vuela, se debilita y pierde la fuerza y el poder, y eso no lo soporta porque siente que su cuerpo se le destruye. Le diré a Cajamarca que se aliste y usted, Ewandama le dirá a su hijo que se aliste también, sin demora”.  “Así se hará, hermosa joven. Gracias por aceptar nuestra compañía” dijo el dios arreglándose la larga túnica de colores que estaba sucia. Se alisò el pelo, tan revuelto que mantenìa. “Es lo mejor que puede pasarnos. Ir acompañados por ustedes es un regalo del cielo” respondió Millaray saltando de alegría.
Entonces Ewandama se fue casi sin despedirse de la joven, por el afán que le dio, pensando entusiasmado en el viaje al otro reino. Le diría  a su hijo que preparara lo necesario para ese viaje, porque conocer a los vecinos Wayúu, de los que tanto había oído hablar, no era cosa de todos los dias.
Al mismo tiempo, Cajamarca llegó a donde estaba Millaray, y zafandose las flechas que llevaba en la espalda, escuchó a la joven diciéndole. “Madrugaremos a viajar al país de la diosa Inhimpitu. Ya le hemos ayudado bastante a Ewandama aquí. Ahora podremos seguir buscando la montaña brillante que según nos hemos dado cuenta, muy poca gente conoce” le dijo la muchacha sujetando un poco mas su guayuco en la cintura. “Ewandama y su hijo irán con nosotros porque el dios quiere conocer esas tierras y también a los dioses que viven allá” terminó diciendo Millaray, mirando a su compañero. “Ya lo había presentido” respondió  Cajamarca cogiendo de la mano a su mujer y caminando a donde estaba el cóndor que tenía descolgada el ala para que subieran a su espalda. En un momento estuvieron  sobre el buitre que se acomodó para que sus amigos pasaran una buena noche entre sus plumas.
Vieron como el cielo se oscurecía, dejando en lo hondo miles de luces armonizantes con los ruidos de la selva y con los gritos de los niños de la tribu, que todavía no querían dormirse, sino corretear y reir alrededor de las fogatas. El pueblo Waunana había prendido decenas de antorchas, poniéndolas en los tallos de los àrboles o en algunos postes clavados para eso, sentándose en los troncos o en las piedras para hablar de cualquier cosa mientras les iba llegando el sueño y mientras contaban las nuevas estrellas de las que no tenían conocimiento.
Después de que los tigres cerraron los ojos, los sapos empezaron sus cantos debajo de las piedras, y los cocuyos alumbraron la tierra como microscópicas estrellas, aparecieron Ewandama y su hijo bajo el cóndor, donde ya dormían Cajamarca y Millaray. El ave los subío rápido y ellos no hablaron, metiéndose ligeramente entre las plumas para no despertar a los amigos.





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