El pueblo de los Waunana aprendió a fabricar
coronas de oro incrustándoles diamantes que conseguían en los alrededores
recogiéndolos abundantes entre las peñas y regalándoselos a sus mujeres que
empezaron a lucirlos después de pulirlos con las raras técnicas que les
enseñaba Ewandama.
Despues de meses, un dia en que el sol no estaba
muy caliente, Millaray se le acercó a Ewandama porque tenía que decirle algo
importante. Lo vió rara y bellamente rejuvenecido, cosa que la dejó asombrada.
“Gran dios Ewandama, ahora nosotros seguiremos recorriendo el mundo porque ese
es nuestro destino. Cajamarca me ha dicho que estamos cerca del país Guajiro
donde vive una diosa inolvidable, que es mi amiga. Quiero visitar a Inhimpitu,
Una de las creadoras del pueblo Wuayú. Necesito hablarle de su hija Luz de sol,
que me diga que está pensando de ella y si ya sabe donde está………Lo que pasa,
gran dios Ewandama, es que Cajamarca y yo andamos buscando desde hace tiempos a
esa niña, para que nos dé el diamante del poder que me convertirá en diosa de
los dioses, y para que la niña regrese con su madre, que la necesita tanto. Por
eso es preciso hablar con ella, con Inhimpitu, verla de nuevo y saber como está
para seguir nuestros viajes o detenernos si es preciso”. Terminó diciéndo
Millaray mientras los ojos del dios se ponían tristes y profundos pensando que
sus amigos ya se irían y el volvería a quedar solo.
“No se vaya,
hermosa hija de las estrellas, quédese aquí y me ayuda a perfeccionar mi reino,
o al contrario, si me lo permiten yo los acompañaré en su viaje a ese país,
porque hace mucho no he salido y necesito conocer otros imperios y también los
dioses de los pueblos vecinos” le propuso Ewandama buscando al cóndor con la
mirada. “Verdad quiere ir con nosotros, gran dios?” le preguntó ella feliz, pensando
que iría con ese dios bueno, callado y poseído de la ingenuidad. “Claro que
quiero ir bella joven, pero le pido que también nos acompañe mi hijo porque sé
que en esas tierras encontrará a su compañera que está necesitando tanto” pidió
Ewandama a Millaray ayudándole a cobijar al tunjo que había sacado la cabeza y
los brazos de entre la cobija que lo abrigaba. “Entonces no hablemos mas. Mañana temprano nos
iremos porque el cóndor quiere volar también. Me lo ha dicho. Me dice que cuando
no vuela, se debilita y pierde la fuerza y el poder, y eso no lo soporta porque
siente que su cuerpo se le destruye. Le diré a Cajamarca que se aliste y usted,
Ewandama le dirá a su hijo que se aliste también, sin demora”. “Así se hará, hermosa joven. Gracias por
aceptar nuestra compañía” dijo el dios arreglándose la larga túnica de colores que
estaba sucia. Se alisò el pelo, tan revuelto que mantenìa. “Es lo mejor que
puede pasarnos. Ir acompañados por ustedes es un regalo del cielo” respondió
Millaray saltando de alegría.
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