Durante ese día, Ewandama fabricó mas de mil
docientos hombres, todos perfectos, que empezaron a caminar por ahí, subiéndose
a los árboles, atravesando el rio a nado, observando a las mujeres que ahora se
escondían mirándolos por entre las hojas y la maleza en una especie de
reconocimiento aturdido y fascinante porque algo les decía que esa creación era
para ellas.
Ya anocheciendo, Ewandama levantó por fin la cara,
sonriendo “Esta vez logré hacer una creación perfecta del hombre, y eso se lo
debo a usted joven Cajamarca. Gracias por haber venido a mi tierra, porque si
no hubiera sido así, ésta región permanecería en la animalidad”. “No es nada
gran dios Ewandama. Para eso estamos aquí, para servir. Ese es el fin de la
vida de cada hombre y también de cada mujer”. “Si, noble joven, sus palabras
son sabias. Ahora permítame que sea siempre su amigo y que pueda disfrutar de
su compañía” le dijo el dios mirando también a Millaray que se había quedeado
callada. “Soy yo, noble dios Ewandama, el que le da las gracias por haberme
tomado como modelo para su creación, eso no sabré como pagárselo. Toda mi vida
estaré orgulloso recordando el origen de los hombres de éste pueblo”.
A poca distancia, los mortales recién creados,
miraban a las mujeres con deseo salvaje, invitándolas al rio……… y ellas
obedientes, los seguían mudas, para luego reírse en un escándalo incomparable. “Los
dejaremos en libertad para que se busquen y se ayuden en las cosas de la vida. En
poco tiempo comprenderán que son el uno para el otro” dijo Ewandama observando
a las mujeres alejarse de los animales y acercándose a los hombres en actitud
bárbara y desconfiada, pero femenina.
Y esa noche y otras mas, en largo tiempo, Ewandama
y su hijo durmieron en las costillas del buitre, mientras el dios le daba mas toques
perfectos al mundo.
Alejó el mal de su tierra, enseñando a la vez a los
hombres y a las mujeres a construir casas donde empezaron a vivir libres de las
lluvias, de los vientos, de las bestias y de las noches tan oscuras. Les
enseñaba a trabajar la tierra para tener alimento y riqueza. Les dio a
comprender el planeta al que los habían traido, porque debían cumplir una función
para ellos mismos y para las generaciones venideras.
Cajamarca y
Millaray le colaboraban a Ewandama, enseñándole a la gente el arte de la
metalurgia, de los tejidos, del trabajo diario en el campo. Les enseñaban a
usar el pensamiento, a sensibilizar el corazón, y a criar a los hijos.
El pueblo de los Waunana aprendió a fabricar
coronas de oro incrustándoles diamantes que conseguían en los alrededores
recogiéndolos abundantes entre las peñas y regalándoselos a sus mujeres que
empezaron a lucirlos después de pulirlos con las raras técnicas que les
enseñaba Ewandama.
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