?” “Dormir en las espaldas del pájaro de las
estrellas es lo mismo que dormir en los brazos de los dioses” dijo alguien en
el estrellarse de las palabras.
Y como el cóndor había bajado el ala hasta el suelo,
se deslizaron por ella, cayendo a tierra sin necesidad de saltar. Allí decenas
de mujeres con sus maridos-animales, los miraban mudos y asombrados, viendo una
escena tan llamativa en la selva. Ewandama no les puso cuidado, caminando entre
ellos sin decirles nada…….. Millaray dijo “Buenos días” pero las mujeres no
contestaron porque desde hacía tiempos habían perdido el poder del habla. Iban
desnudas, embarradas, con el pelo enredado y los ojos locos. Se les sentía la
soledad, maracándoles una huella fea en del pecho y en el cerebro también, y
por eso cuando el dios ewandama, su hijo tan callado, la joven Millaray y el
cacique Cajamarca caminaron a la orilla del rio, decenas de mujeres se fueron
detrás de ellos como animalillos detrás de su amo en una actitud lastimosa, muy
triste.
Ya en la orilla del rio, Ewandama le dijo a
Cajamarca “Noble joven hijo de las estrellas, hágase al frente mio, para que
sea mi modelo en la creación del hombre. Haré seres masculinos perfectos en su
cuerpo, en su pensamiento y en su sentir. Empezaré de inmediato mi nueva
creación” y sentándose en la arcilla, formó una figurita algo gruesa, sin
quitarle la vista a Cajamarca que estaba parado y quieto frente al dios. Cuando
la tuvo lista, según su conocimiento, le dio un soplo en la naríz, poniéndola seguidamente
en el suelo. Allí la imagen de arcilla empezó a moverse como si tuviera muchas
magias por dentro, poniéndose de pié en un salto y empezando a crecer
asombrosamente rápido frente a los ojos de todos, y de las mujeres que reían salvajes
viendo a esa criatura tan atractiva. Nadie se iba, por la rara fascinación en
el lugar. Durante ese día, Ewandama fabricó mas de mil docientos hombres, todos
perfectos, que empezaron a caminar por ahí, subiéndose a los árboles, atravesando
el rio a nado, observando a las mujeres que ahora se escondían mirándolos por
entre las hojas y la maleza en una especie de reconocimiento aturdido y
fascinante porque algo les decía que esa creación era para ellas.
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