miércoles, 23 de agosto de 2017

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 91 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus).......2



Ahora que sabemos a donde van, estaremos tranquilos. Nos comunicaremos con señales de humo, con sonidos de cuernos y tambores y con mensajeros que correrán todo el trayecto hasta allá, llevándoles regalos de oro y diamantes”.
Y cuando la tribu oyó que no estarían lejos, se relajó, hablando y riendo como siempre.
Entonces los jóvenes aprovecharon el momento diciendo “Hasta luego hijos del agua, del viento y de la montaña. Pronto volveremos. Quédense tranquilos”
 Caminaron entonces a donde estaba el cóndor, impaciente por la lentitud de sus amigos.
Bajó el ala para que subieran a su espalda. Cajamarca y Millaray se encaramaron rápido acomodándose entre el caliente plumaje, y el buitre comprendiendo todo, aleteó potente elevándose sin problemas por encima del caserío. La gente gritaba abajo moviendo los brazos y saltando, hasta que el pájaro se perdió allá, lejos por encima de los árboles y detrás de las colinas.


El viejo dios ewandama de los indígenas Waunana había creado el mundo, los animales y las plantas. Fue el dador de vida y la personificación del bien. A su lado estaba siempre su hijo, un muchacho moreno, de fuerte musculatura, anchas espaldas, pecho poderoso  y ojos penetrantes como los de las águilas.  Podía percibir cualquier olor a quince y veinte kilómetros, cosa que no hacía nadie mas en ningún lugar del mundo, y el lo sabía. De el nunca se conoció su nombre y se sentía afligido allí, porque sabía que en otros territorios, las cosas iban mejor.
Vivía junto a su padre Ewandama al que le dijo en una tarde tranquila ya casi empezando a anochecer “Padre, usted debería crear mas hombres para que nos acompañen y para que funden pueblos como lo hizo el gran dios Caragabi con los Emberá-Catíos que viven no muy lejos de aquí”. “Hay mijo. Otra vez vienes con tu molestadera?” respondió Ewandama realmente fastidiado, “pero voy a hacerte caso ésta vez, para que al fin me dejes en paz. Cuando salga el sol de mañana, empezaré a crear a los hombres, para que tengas compañía y no sientas tan hondo la soledad que te pone tan mal”. “Gracias padre. Ese es un favor que siempre te agradeceré” le dijo el hijo, y se recostaron en la hierba disponiéndose a dormir entre los sonidos de la selva y el bochorno de la noche.

Ewandama no pudo descansar. 

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