Salieron
luego, caminando entre la gente que ya presentía algo raro en la actitud de los
jóvenes. El modo nervioso y afanado de ellos y del cóndor los ponía excitados
presintiendo una rara soledad en el ambiente.
Millaray
vió al cacique de la tribu, sentado en un grueso tronco al lado de una choza y
acercándose a donde estaba, le dijo “Noble cacique, hemos estado mucho tiempo
aquí, aprendiendo cosas de usted y de su gente. Hemos reído y llorado juntos,
hemos trabajado y sudado a chorros, dándole gracias a la tierra por lo que
tenemos y por lo que somos, pero ahora nos iremos, no podemos quedarnos mas tiempo
aquí. Tenemos que ir a otros pueblos a buscar algo que necesitamos con urgencia”.
“Verdad niña Millaray? Se van así de repente, sin habernos anunciado nada? Sepan
que me pongo triste por eso, y que el
pueblo también se sentirá así. Ustedes nos han enseñado lo que sabemos y no lo
olvidaremos. Pero . . . se irán con el pájaro sagrado?” preguntó el cacique con
la mirada perdida en la selva. “Si, gran
cacique, volaremos con el. El conoce los caminos del espacio, del aire y de las
nubes y nos llevará a donde queramos, sin problemas”. “Pero jovencita, si vé la
preocupación de la gente que va y viene mirándonos y háblandose en secreto?. Ellos
saben que ustedes se van y tratan de organizar una despedida. Están tristes y dicen qué harán sin ustedes” dijo
el cacique que se había quitado su corona de plumas, rascándose la cabeza,
confundido como todos. Entonces Millaray habló entre el silencio de hombres y
mujeres que no querían moverse….. ni hacer nada. “Pueblo Emberá-Catío. Nunca
habíamos vivido tanto tiempo en un pueblo tan trabajador, tan amable y querido
como éste. Cajamarca y yo nos hemos alegrado por estar aquí, pero ahora tenemos que irnos
a la región de los Waunana, que viven no lejos de éste caserío. Cualquier tarde
volveremos a visitarlos para ver como se multiplica la gente y cuantas chozas
han construido.
Ahorita
el cóndor ya está listo y nos espera, como pueden ver”.
Ahí
Cajamarca llegó, evitando alargar mas el momento.
Les dijo. “Volaremos a la tribu de los Waunana, que de algún modo son
parientes suyos. El cóndor quiere conocerlos, de modo que no
estaremos lejos y en unos días vendremos otra vez. No se afanen y si alguno quiere acompañarnos, pues no haga sino subirse a las costillas del
cóndor y venirse con nosotros. Quien irá?” les preguntó, pero ninguno
contestó. Entonces el cacique dijo “No se afane joven Cajamarca. Vayan a donde
los waunana, hagan lo que tienen que hacer y nosotros los esperaremos mientras
la vida pasa. Ahora que sabemos a donde van, estaremos tranquilos. Nos
comunicaremos con señales de humo, con sonidos de cuernos y tambores y con
mensajeros que correrán todo el trayecto hasta allá, llevándoles regalos de oro
y diamantes”.
Y
cuando la tribu oyó que no estarían lejos, se relajó, hablando y riendo como siempre.
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