Ustéd
debería volarse de aquí, irse a su pueblo donde seguramente lo están echando de
menos” le dijo al Emberá-Catío al que le brillaron los ojos por la ayuda que la
madre de Costè le ofrecìa. “Y como hago?
Ya no tengo fuerzas para correr. Estoy muy gordo y su hijo me alcanzará trayéndome
otra vez aquí” “Tiene que hacer el esfuerzo. Suba al filo de la montaña y se
echa a rodar como una bola, hasta que llegue a su pueblo” le aconsejó ella.
Entonces
el indio se animó y sacando alientos de entre su gordura, se soltó de la batea
y saliendo de la enramada, corrió hasta el filo de la montaña, asfixiado, desde
donde se echó a rodar semejante a una bola que en poco tiempo estuvo entre las
chozas del pueblo.
La
tribu viéndolo, le dijo asombrada “Ustéd donde estaba, y porqué tan gordo? Porqué
viene con tantos moretones y heridas?” y el pobre indio casi sin poder hablar
les dijo “El fantasma Costé me tenía en su enramada y me estaba engordando para
comerme, pero la mamá de el, me ayudó explicándome lo que debía hacer para
escapar. Lo hice como ella dijo y así pude llegar otra vez aquí”.
Entonces
la tribu lo bañó, curándole las heridas, lo cuidó y le dio brebajes de yerbas para
que adelgazara.
Cuando
el indio se sintió bien le dijo a la tribu como era Costé y como podían
capturarlo. Entonces el pueblo se armó con las flechas y lanzas que Cajamarca
les había enseñado a fabricar. Se fueron silenciosos entre la selva llegando en
poco tiempo cerca a la enramada.
Dejaron
que anocheciera y cuando todo estaba muy oscuro a las doce de la noche,
rodearon la enramada encontrando al fantasma durmiendo en el suelo, al lado de
la batea vacía.
Sin
darle tiempo, uno a uno los hombres le clavaron las lanzas en el pecho, en el
estómago, en las piernas, en el cuello.
Cajamarca
y Millaray, que solo miraban aquello que pasaba, llevaron a la mamá de Costé a
la tribu donde le dieron una choza para que viviera tranquila.
Le
ordenaron a las mujeres, que la alimentaran para que cogiera fuerzas.
Con
el tiempo, la madre del fantasma se transformó en una mujer sabia que aconsejaba
al pueblo en los problemas.
Una
mañana el cóndor, que había construido su nido en una colina cubierta de altos
árboles frescos en los calores de aquella región, bajó al pueblo a decirle a
Millaray y a Cajamarca, que estaba cansado de vivir en ese sitio y que quería
volar para darle fuerza a los músculos, vigor a las alas, agilidad al cuerpo y porque
también quería conocer otras regiones.
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