lunes, 17 de julio de 2017

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 85 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)..........2




 Pasaba los días inventando hornos de barro, donde fundían el oro entre un calor infernal que no dejaban acabar, porque era difícil ponerlo de nuevo  a las altas temperaturas para éstos oficios.
El pueblo traía oro como arena, en las ollas gigantes de barro que habían aprendido a fabricar. Elaboraban con mucho arte, coronas, pulseras, aretes, tobilleras.  Todo lo que querían, según las enseñanzas de Cajamarca y de Millaray y la creatividad de la tribu también.
Definitivamente convirtieron a los Emberá –catíos en un pueblo imaginativo que disfrutaba cantar, correr y hacer alabanzas a los dioses. Comprendieron la divinidad del universo y la magia en el.  Eran felices por haber aprendido cosas para la vida y haber entendido que podían usar su inteligencia y crecer en conocimiento.
Millaray y Cajamarca vivieron mas tiempo con ellos, dándose cuenta que raramente  a esa tribu la perseguía el espanto de Costé.

…………Costé había sido un indio gigante, muy moreno, de tres metros con dientes de oro brillantes, y con muchos cuchillos en sus brazos que usaba para cortar lo que se le antojaba.
Ese espanto le producía mucho miedo a la tribu. Vivía acechando a los Emberá-Catíos en el bosque para secuestrarlos y llevárselos a su enramada arriba en la montaña. “Hoy tengo que robarme uno o dos indios para arrastrarlos a mi rancho. Los engordaré bien y me los comeré como siempre hago. Juajuajauajuajuajua” se reía llenando la selva con su sonido macabro mientras caminaba despacio encima de las hojas húmedas,  escondido detrás de los troncos, esperando a algún indio despreocupado que pudiera convertirse en su presa.
“Allá viene uno y no se ha dado cuenta que yo estoy aquí. Le llegó su turno al desgraciado”  se decía. Y trasladándose como lo hacen los fantasmas, sin hacer ruido y sin ser visto, agarró al indio del pelo, dándole un golpe de piedra en la cabeza para desmayarlo. El nativo cayó al suelo, y Costé le amarró con bejucos brazos y piernas para que no pusiera problemas al despertar. Se lo echó al hombro sin esfuerzo y diciendo palabras raras, se elevó en el aire con su carga que inexplicablemente sentía liviana igual que una pluma.







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