Ya
siendo casi el medio día, un grito enorme de la muchedumbre se elevó donde estaba
Guanentá. Había cazado veinte pájaros pedidos por sus leyes, de modo que el
pueblo se alegró viniendo a felicitarlo.
Entonces
El cacique Corbaraque con su potente voz gritó “Regresemos al pueblo. Ya hay un ganador hoy, pero mañana será definitivo. Mañana tendremos nuestro nuevo
gobernador.
Y
la gente caminó al caserìo entre gritos, empujones y silbidos, como siempre
pasaba.
El
resto de tarde estuvieron hablando duro, riéndose escandalosos, tomando chicha
como agua, comiendo de todo lo que encontraban en las cocinas y en las chozas, y
durmiendo tirados en todo lugar, hasta que fue llegando la noche, con muchas
estrellas que se apagaban y se encendían, y otras luces de colores brillantes en
el espacio hondo y frio de aquellas tierras largas y ricas. La luna estaba
blanca y redonda. Muy sola y callada, caminaba sin parar entre nubes tímidas
que la tocaban cohibidas.
La
gente entró a sus chozas alistando las esteras y la hamacas para tirarse a
dormir. Tenìan gruesas cobijas fabricadas con lana de ovejo, y ruanas largas
con las que se abrigarìan consiguiendo calor.
La
mayoría se acostò tarde haciendo apuestas. “Quien será el gran cacique de las
tribus guane?...............Quien será nuestro emperador?”.
Al
otro dia, las muchachas mas lindas de la nación Guane, se pondrían bellas para los guerreros……. Los
provocarìan con sus artes del amor y con sus embrujos de las que eran expertas.
Creìan, o mejor dicho sabìan que los guerreros no aguantarían estar frente sus
encantos y se rendirían débiles de amor y loco deseo.
Caerían
en sus brazos y entonces la nación sería manejada por ellas.
Esas
jovencitas pondrían a funcionar los secretos del embrujamiento amoroso. El
embeleso y el arrobo. Solo el que pudiera resistir semejantes ofrecimientos,
sería el gran cacique-emperador Guane.
La
noche pasò fría, alumbrada con la luz indiferente de una luna , a la que nada
le importaba del mundo y de los hombres, porque su rutina y soledad la tenían
cansada.
Por
la mañana, salió un sol brillante, casi quemante por su color ladrillo encima
de las montañas tan iluminadas.
Las
tribus madrugaron mucho entrando a las cocinas, haciendo de comer en las
hornillas y en las fogatas. Pedazos de animales de monte, carne de marranos, de
vaca, de ovejo, además de papas, alverjas, fríjoles, arracachas y también
frutas que muchos aprovechaban al pasar.
En
los alrededores prendieron fogatas para tener carbón.
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