Ahora
se enfrentarían a peligrosas serpientes de todos los tamaños, colores y especies.
En el bosque donde ellas vivían, morirían mas muchachos, era seguro, pero
cuando hubiera un vencedor, saldrían a descansar el resto de la noche.
La
multitud caminó alrededor de veinte minutos llegando a un bosque cerrado donde
los combatientes, con antorchas encendidas ahuyentarían a los ofidios, quizás
poniéndolos rabiosos y deseosos de matar. Llevaban también mallas de bejucos
resistentes, cuchillos de piedra extremadamente cortantes, flechas envenenadas
y mazos contundentes, especiales para esa batalla.
Percibiendo
el alboroto de la indiamenta, viendo la luz amarilla de las antorchas y
sintiendo sus reflejos, muchas serpientes huyeron a lo hondo del bosque donde estarían
tranquilas, pero otras se quedaron desafiantes, soberbias enderezando sus
cuerpos, retando al enemigo, sacando la lengua como fuego mortal, enviando
chorros de veneno a la distancia, listas a lanzarse al enemigo igual que rayos,
y a matar como ellas sabían hacerlo. “Ayyyyy, ayyyyyy. Me alcanzó una con sus
colmillos y con su veneno, me muero, me muero. Ayúdenme, ayúdenme ya”. Gritaba
un muchacho, repentinamente agonizante. Se revolcaba en el suelo por el dolor
que se le había extendido por todo el cuerpo y por una sensación de fuerte
quemazón como si hubiera llegado a las pailas del infierno.
De
su boca le salía baba espesa cayendo en hilos gruesos y lentos al suelo. Los
ojos los tenía muy abiertos, salidos de sus órbitas, rojos, enloquecidos. Pero nadie podía ayudarlo en éste caso. Los guerreros aspirantes a
cacique-emperador sabrían defenderse solos, así que nadie les ayudaba.
Y
luego otro gritó “Me clavó el veneno esta malditaaaa. Como me dueleeee, me voy
a morir, tengo asfixia. Vengan, vengan ayúdenme” y se mecía borracho, con la
visión nublada, hasta caer encima de las hojas y la maleza, totalmente inerte y
con la piel entre amarilla y enegrecida por el veneno. Al momento muchos bichos
vinieron caminando sobre el, como sobre cualquier tronco, haciendo parte del banquete,
chupando los líquidos del joven, mientras los otros combatientes buscaban
capturar a una enorme serpiente para un combate inolvidable. La mostrarían a la
muchedumbre luego de dominarla y de vencerla, pasando luego a la siguiente
prueba.
Se
oían gritos moribundos. Los últimos gemidos
quedaban enredados en la maleza, caídos detrás de los troncos, o arrastrados
por el aire anochecido.
Las
serpientes envolvían a sus víctimas en sorpresa, quebrándoles las costillas,
los brazos y las piernas con su potente presión. Les inyectaban el veneno en
movimientos relampagueantes mientras la multitud se gozaba el espectáculo, embriagada
y loca en la noche de las apuestas, de las muertes, y en las antorchas de luces
rojas y amarillas.
Despues
de hora y media de batallas secretas en la oscuridad, y mientras la muchedumbre
esperaba al indígena vencedor en los límites del bosque, uno de los jóvenes llegó sudoroso y felíz con una
enorme serpiente colgada de su cuello y de sus hombros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario