“Quien será capaz de ganarle a los cocodrilos,
con la fuerza tan bestial que tienen?” decía una muchacha con los ojos muy
abiertos, abriéndose campo entre todos, que no le hacían caso. Miraba el
chapotear de esas bestias disimuladas entre tanto obstáculo, listas para el
banquete que veían venir entre las luces azarosas de las antorchas.
Y
de pronto se hizo el desconcierto entre
la laguna, encima de las piedras, entre los troncos y las rocas, y también en
sus orillas.
Gritos
pavorosos y sonidos sangrientos de batalla, salían de muchas partes, porque la
lucha empezaba sin anunciarse. Ya los elegidos estaban metidos en el agua podrida,
tan fètida esperando a sus enemigos. “hurraaaaaaa caciques. Maten a los
cocodrilos, o ellos se los devorarán a ustedeees”. “La batalla se puso buena.
Esto si es una fiesta que no nos perderemos aunque también la muerte quiera
arrastrarnos al infierno” decían entre gritos sordos, encendiendo mas
antorchas, caminando entre el humo cegador y las luces amarillas danzantes en
el viento.
Mas
de cincuenta muchachos habían saltado al agua arrojando las redes de bejucos
encima de los sauarios queriendo inmovilizarlos, aprovechando su desconcierto,
sus movimientos irracionales y poderosos y sus jetas tan abiertas en espera de gruesos
y suculentos bocados. Les lanzaban
flechas y les hundían lanzas que les quedaban clavadas en las gargantas,
enfureciéndolos como a demonios y matando a otros.
Y
los caimanes venían en tropel, entre la horrible confusión, entre las luces y
las sombras de las antorchas, abríendo mas las fauces como si ya sus gargantas no
estuvieran clavadas con las flechas envenenadas. Se retorcían lanzando sonidos
del fin del tiempo.
Querían
destrozar a su enemigo de un solo tarascazo. Devorarlos como a un animalillo
indefenso, y mostrar que eran los dueños de la laguna, de la noche,
del poder y de la selva entera.
Los
luchadores se les encaramaron en las costillas queriendo inmovilizarlos con
trucos entre las rocas, clávandoles cuchillos debajo de las mandíbulas y en el
estómago, que eran partes mas blandas para eliminarlos de una vez. Pero mas se
enfurecían las bestias, revolviéndose entre el agua olorosa a demonios. “No me
ganarás feróz animal, yo soy mas fuerte que tu” gritaba un joven encaramado en
las espaldas del saurio, agarrado con sus brazos por debajo de la cabeza del
lagarto. Le clavaba el cuchillo bajo la mandíbula, entre los estertores y los
gritos agónicos salidos de todas partes.
En
menos de pocos minutos los saurios devoraron doce muchachos y querían mas
porque un banquete así, se repetía pocas veces. “Muera, muera maldita bestia.
No podrá ganarme. Jamás me ganará. La muerte es su destino” gritaba un joven
completamente embarrado, con los músculos aplicados, puras barras de acero en
el cuerpo enemigo. En un descuido del guerrero, el cocodrilo le arrancó un
brazo de un solo tarascazo, cayendo el muchacho asfixiado al agua, donde lo tragò
instantáneo entre los gritos de la muchedumbre enloquecida frente a esa orgía
de sangre y carne, nunca vista en la región.
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