Esa
sangre se iba convirtiendo en agua, formando poco a poco un rio enfurecido que pasó
entre Fura y tena, separándolos definitivamente, quedando convertidos también
en dos peñascos que se mirarían de frente hasta siempre, hasta el fin de los
siglos, y mas allà del tiempo.
“El
pueblo Muzo deberá lavar las esmeraldas en ese rio, para que sean mas bellas,
mas transparentes y valiosas”. Dijo la voz de Are llegada del espacio, una
tarde en el pueblo entre la neblina, mientras la gente se calentaba alrededor
de las fogatas y en las hornillas de las cocinas.
Hoy,
enormes serpientes, alacranes, arañas venenosas y otros bichos, cuidan los cerros
de Fura y Tena. Los rayos, las centellas, el viento y los enormes aguaceros los
vigilan porque así ha ordenado el dios Are, que sea.
Fue
ahí, cuando terminando de vivir la historia de los primeros padres de los Muzos
en otra dimensión del tiempo y del espacio, que Cajamarca y Millaray
despertaron a èsta vida terrestre, recobrando su conciencia a la orilla del rio
donde se habían tendido para aguantar mucho rato sus visiones y para no
ahogarse.
Se
miraron comprendiendo todo, y sonriendo se pusieron de pié caminando otra vez al
pueblo. Entendieron que era imposible encontrar por ahora la flor prodigiosa
que habían venido a buscar y de la que les habían hablado maravillas.
Tendrían
que seguir andando por otras regiones a ver que les indicaba el destino en
relación con la montaña brillante.
“Vamos
al pueblo y le contamos al jefe lo que hemos visto” dijo Millaray poniéndose de
pie y sacudiendo la ruana, de la arena y las ramitas que se le habían pegado.
Entonces Cajamarca también se paró de un salto y llevando el joto en la
espalda, y ayudando a Millaray a acomodar el Tunjo entre la ruana, se fueron
caminando hasta el pueblo que ya los veía venir por el camino embarrado, porque
estaban en lo alto del monte desde donde los miraban claramente.
Los
esperaban para preguntarles como les había ido en la búsqueda del joven Zarva……
“Como
les fue?” les interrogaban acosándolos y apretándolos entre gritos y empujones
con los que muchos caían al suelo, hasta
que llegaron a la choza del anciano jefe que dormía mecido en una hamaca de
colores viejos “Jefe, gran jefe Muzo, los hijos de nuestro dios Are han llegado
por fin del rio, y ahora quieren hablar con usted, porque a nosotros no nos
dicen nada”.
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