Una
vez ya casi anochecía cuando ella, llena de frio porque había mucho viento y
gran neblina, se acercó al joven
diciéndole “Tengo mucho frio Zarva, caliéntame con tu cuerpo. Hazlo, lo
necesito, hazlo sin temor” y se juntaron mirándose a los ojos “Eres muy bella,
Fura. Tienes unos ojos inocentes como de otro mundo. Tu mirada es como las
luces de las estrellas”. Ella no respondía solo agachaba la cabeza apretándose
contra el cuerpo de Zarva que empezó a besarla con pasión desconocida, encendiéndole
su poder sexual tanto tiempo guardado. “Eres mio, solo mio. Me escuchas?” decía
Fura jadeando y forcejeando entre los brazos de zarva olvidada de ella misma,
del mundo y de los juramentos que había hecho a su dios Are y a Tena, su marido.
Y
el ardor y la pasión les fue ganando irracional, enloquecido, hasta que vencidos
por las llamas de sus hogueras , rodaron por la tierra entre las malezas y el
pasto, poseyéndose como nunca había pasado en la tierra de los Muzos entre la madre
del género humano y un desconocido recién llegado allí. “No pares Zarva, no
pares por favor. Te lo ordeno. Sigue, sigue sin cansancio” y el joven complacía
poderoso y combatiente a su amiga, con pasión contenida hasta ese momento. La
quería como ella pedía, como puma o como paloma. Se convirtieron en león y
leona en celo entre las piedras y frente a los ojos de todos. En gatos salvajes
arañándose y retándose. Rugían rodando por el suelo mientras la selva callaba,
asomándose discreta entre sus propias sombras, para ver semejante entrega y
semejante desobediencia.
Y
cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, ya el cielo había temblado de
ira y había llorado de desconsuelo, y la tierra se había roto en grietas
inmensas entre temblores y explosiones que ellos no percibieron, porque Fura
había roto el juramento hecho a su dios y padre, a su creador Are que había
confiado en ella desde el comienzo de los tiempos.
Entonces
Fura, después de aquel episodio que la tierra no ha olvidado, y acordándose de
las primeras palabras que el dios Are les había dicho “sereis fieles el uno al
otro hasta el fin de los siglos. . .
Pero si eso no se cumple, irremediablemente tendrán enfermedades, la vejéz y la
muerte”.
Huyó
avergonzada y miedosa, corriendo como una loca por las montañas y las selvas.
Extraviada
y sin razón, se fue a su pueblo, dejando solo y débil a Zarva en el bosque que también
estaba mudo y perplejo con èl mismo. El
se quedó pensativo y con honda tristeza en su abandono. Sin querer comer ni
hacer nada.
“No pudimos encontrar la flor prodigiosa que
tanto buscamos con el joven zarva y por eso he regresado, amado Tena, esposo
mio. Además estoy cansada y tengo dolido mi cuerpo. Necesito mucho descanso” le
dijo Fura a su marido, fingiendo tranquilidad y una paz que no sentía. Y el
respondió mirándola insistente y con rara sospecha “Recuéstate y descansa. Te
veo extraña y fatigada. Parece que te falta la respiración y que un
remordimiento te apena”.
¿Es posible que estando en la pura naturaleza, sientan la misma sensación, que en plena Urbe?. Esa historia está embellecida de amor tierno y libre.
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