“He
luchado mucho en éste tiempo, he buscado la flor prodigiosa por todas partes
sin ningún resultado, he ido a todas las montañas de éste país y he atravesado
los riós mas peligrosos de éstos territorios en mi búsqueda pero nada, nada he
encontrado. Ahora el frio está agarrándome, me está penetrando la sangre y los
huesos, y sé que si no encuentro ayuda, no lograré dar con la flor y quizás
muera en mi aventura”.
Entonces
Fura sintió gran pesar por el muchacho. “No se preocupe joven Zarva, yo lo
acompañaré mañana mismo a encontrarla. Tengo el tiempo suficiente para ir con
usted a donde sea” le dijo segura. “Gracias, muchas gracias señora” respondió
el joven, quedándose esa noche en el pueblo, en una choza que algunos indios le
dejaron para que descansara, después de haber comido carne asada de gurre, con
papas sancochadas, arracachas, y
fríjoles cocinados con cebollas.
Al
dia siguiente Fura, acompañada de su marido, fueron a despertarlo porque le
había cogido el sueño a causa del cansancio. “Vamos ya, joven Zarva. Caminemos
a los montes y a las selvas. Entre los dos, con seguridad encontraremos la flor
prodigiosa que usted persigue con tantas ganas” le dijo la joven arrancando a
caminar con el muchacho, perdiéndose entre las chozas envueltas en la neblina y
los caminos tapados por la maleza, debajo de los árboles que se morían de
viejos y entre las enormes piedras guardadoras de los secretos de esas tierras.
Tena
mientras tanto, se quedó dirigiendo a su pueblo que le obedecía en todo.
Fura
y Zarva anduvieron por muchos caminos viviendo los peligros de la selva “Quizás
en ese árbol tan florido encontremos la flor mágica” decía Fura trepando por
los tallos, encaramándose en las ramas mas altas, semejante a una mona que va
saltando de bejuco en bejuco, pero nada, nada encontraba. Y cuando terminaban
la búsqueda en algún sector sin haber tenido resultados, zarva decía “Allá en
la montaña del frente puede que la encontremos. Tengo la impresión de que allá
está la flor” “Tenemos que atravesar ese
rio. Debe ayudarme porque el agua está bajando muy fuerte” le decía Fura al
joven, señalando el rabioso caudal que le daba miedo por lo torrentoso. “Ustéd
es fuerte y aguanta mas que yo. Debe protegerme, no lo olvide ”. “Si”
contestaba el, mirándola curioso. “Tengo hambre. Consigamos frutas. Hay muchas
frutas por aquí” decía ella corriendo y volteando a mirar de vez en cuando,
como invitándolo a jugar “Alcánceme si puede” lo retaba con las mejillas y los
labios muy rojos, los ojos brillantes y un ansia escondida. Y el corría y la
alcanzaba y la estrechaba mirándola asombrado sin decirle nada.
Y
así pasaron varios meses metidos en las selvas, sin encontrar la flor.
Una
vez ya casi anochecía cuando ella, llena de frio porque había mucho viento y
gran neblina, se acercó al joven
diciéndole “Tengo mucho frio Zarva, caliéntame con tu cuerpo. Hazlo, lo
necesito, hazlo sin temor” y se juntaron mirándose a los ojos “Eres muy bella,
Fura. Tienes unos ojos inocentes como de otro mundo. Tu mirada es como las
luces de las estrellas”. Ella no respondía solo agachaba la cabeza apretándose
contra el cuerpo de Zarva que empezó a besarla con pasión desconocida, encendiéndole
su poder sexual tanto tiempo guardado. “Eres mio, solo mio. Me escuchas?” decía
Fura jadeando y forcejeando entre los brazos de zarva olvidada de ella misma,
del mundo y de los juramentos que había hecho a su dios Are y a Tena, su marido.
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