“No pudimos encontrar la flor prodigiosa que
tanto buscamos con el joven zarva y por eso he regresado, amado Tena, esposo
mio. Además estoy cansada y tengo dolido mi cuerpo. Necesito mucho descanso” le
dijo Fura a su marido, fingiendo tranquilidad y una paz que no sentía. Y el
respondió mirándola insistente y con rara sospecha “Recuéstate y descansa. Te
veo extraña y fatigada. Parece que te falta la respiración y que un
remordimiento te apena”.
Ella,
con gran angustia fue y descansó varios días, siendo atendida por las mujeres
mas bellas de la tribu, por los ancianos que estaban preocupados por su estado,
y por los brujos y sacerdotes que le traían medicinas y le hacían sacrificios a
los dioses para que le diera la recuperación muy pronto.
Y
así siguió pasando el tiempo hasta que Tena notó que Fura se iba poniendo fea,
apergaminada, empezaba a envejecer de modo acelerado, además veía que su mujer sentía
dolores de toda clase y se quejaba continuamente. Entonces un día le ordenó a sus servidores, que salieran de la choza, que
lo dejaran solo, y acercándose a la estera donde ella estaba acostada, le
acarició el cabello diciéndole suavemente en el oido “Tu desobedeciste la orden
de nuestro dios y padre Are. Nuestro infinito creador. Me fuiste infiel con el
joven Zarva mientras estuviste en las selvas con el, buscando la flor
prodigiosa” y no añadió mas. Se puso de pie y se alejó despacio, con la cabeza
inclinada y un dolor agudo en el pecho, dejando sola a su mujer en la choza.
Y
sin esperar a nada, se puso una ruana y se fue a una montaña cercana donde encendió
una gran fogata invocando a su dios Are para que le ayudara a castigar al joven
Zarva por su sacrílega acción con Fura.
En
menos de un momento escuchó una voz
salida de la candela que le decía “El, el muchacho que buscas, está a
doscientos metros de aquí, al oriente, junto a una roca alta desde la que se
quiere lanzar para matarse. Está pensativo y miedoso por ti, porque hizo
destruir la promesa de una persona. Qué piensas hacer con el?” le preguntó Are
haciendo bufar la hoguera de modo misterioso. “El merece un castigo que le dure
por los siglos de los siglos. Quiero convertirlo en un peñasco para que el
tiempo lo castigue cada dia y cada noche, para que los rayos lo quemen
constantemente, lo partan a pedazos y los truenos lo atemoricen y lo pongan débil
como a cualquier cobarde. Quiero que los aguaceros caigan continuamente sobre
el, ablandándolo y desintegrándolo, y la neblina lo haga temblar de frio y
pedir a gritos un poco de calor todos los días de la vida. Quiero que también
el sol lo queme con toda su potencia y que las estrellas y los planetas lo
señalen y hablen mal de el en todo el universo, por lo que hizo con mi esposa
Fura y conmigo también” pedía Tena a Are
que lo escuchaba atento, metido en la hoguera de llamas azules. “Te concedo
inmediatamente lo que pides porque sé que es justo tu reclamo” respondió el
dios, convirtiendo ya, en ese mismo
instante, a Zarva en un peñasco capáz de sentir los castigos de la naturaleza
por los siglos de los siglos.
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