Lo
llevaron al frente de Fura y de Tena que al verlo le preguntaron “Ustéd quien
es, joven y que hace por aquí?”. El respondió aturdido mirando la gente
apretujada observàndolo “Vengo de una nación lejana y voy a buscar en las
montañas de aquí, la flor prodigiosa que me volverá inmortal. Me dijeron que
posiblemente aquí la encontraría porque ésta es una región maravillosa donde
todo es, y donde todo se consigue” terminó de decir el joven zarva, pidiendo
permiso con la mirada. “Yo creo que no hay problema que camine por éstas
tierras” le dijo Tena, mirando la blancura de su piel, su cabello amarillo y
sus ojos azules tan distinto a la gente de su pueblo, pero Fura mantenía en
silencio.
La
gente entonces lo dejó tranquilo finalizando el dia, y le daban de comer en las
chozas.
De
modo que al dia siguiente el joven zarva arrancó a caminar por los bosques subiéndose
a todos los árboles, buscando la flor
milagrosa que le daría el alivio eterno con sus perfumes, su esencia, su
misterio.
Dia
tras día iba visitando las distintas montañas.
Atravesaba
ríos peligrosos ganándole en el nado a los peces. Peleaba con las bestias, que
facilmente dejaba destrozadas y tendidas en la tierra para que se las comieran
los buitres. Se alimentaba de frutas y raíces que le daban enorme energía. Tomaba
agua de los lagos y los ríos. Aguantó muchos aguaceros que le pusieron la piel
fuerte y curtida, el sol lo quemó y la neblina lo hizo temblar. Así pasó mucho tiempo sin encontrar lo que
buscaba. “Ayúdenme dioses a encontrar la flor prometida” suplicaba mirando al
cielo, con los pies cansados que muchas veces no podía levantar.
Cajamarca
y Millaray veían en su desconocido estado dimensional, todo lo que el joven
zarva hacía. A pesar de que no iban detrás de él, podían verlo en todos los
lugares “Tan raro esto que nos pasa y lo que vemos, parece irreal ésta historia”
le decía Millaray a su amigo Cajamarca, todavía sentados en el pasto donde
había aparecido el dios Are y donde había creado a Fura y a Tena.
Despues
de mucho buscar la flor mágica sin encontrarla, Zarva decidió volver al pueblo a
contar las aventuras vividas y para pedir algún tipo de ayuda porque se
convenció que solo, no podía hacer nada, y acercándose a Fura, que estaba
sentada en un tronco al lado de su choza y que tenía puesta una larga ruana de
colores, le contó lo que le había pasado “He luchado mucho en éste tiempo, he
buscado la flor prodigiosa por todas partes sin ningún resultado, he ido a
todas las montañas de éste país y he atravesado los riós mas peligrosos de
éstos territorios en mi búsqueda pero nada, nada he encontrado. Ahora el frio
está agarrándome, me está penetrando la sangre y los huesos, y sé que si no
encuentro ayuda, no lograré dar con la flor y quizás muera en mi aventura”.
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