En realidad es una dicha conocerte”. “Gracias,
muchas gracias mago Idacansás” respondió Luz de Luna echando a volar por encima
del agua con la que estaba fascinado por el oro en polvo que mantenía en la
superficie, y por el extraño brillo de colores que irisaban con los rayos del
espacio, poniéndolo excitado, muy acelerado.
“Buen
día jovencitos” dijo el mago mirando ahora si a Millaray y a Cajamarca que
tampoco le quitaban la vista porque habían comprendido que estaban frente a un
ser poderoso, capàz de increíbles manifestaciones. “Buen dia Gran mago
Idacansás. Es una alegría que haya venido a vernos. Es una dicha conocerlo. La
diosa Bachué nos dijo que habláramos con usted porque quizás podría decirnos
donde queda la montaña brillante que andamos buscando desde hace tiempos y de
la que no sabemos nada”. El mago se quedó callado y sorprendido, queriendo
adivinar quienes eran aquellos jóvenes que se atrevían a preguntarle eso, que
ningún otro mortal hacía.
“Para
decirles cualquier cosa relacionada con esos secretos, tienen que ser
bendecidos por la diosa Chie que en éste momento está esperando sus ofrendas
porque sabe que han venido a visitarla y ya los ha visto en la orilla de la
laguna. De modo que froten sus cuerpos con oro en polvo después de sumergirse en
el agua, y cuando estén brillando con la luz del sol, saltarán a la laguna
dejando el oro bailando encima del líquido. Deben ofrecerle también esmeraldas,
diamantes y creaciones artísticas de oro. Tendrán que orarle mucho hasta que escuche
sus plegarias. Cuando hagan todo eso, podré entonces hablar con ustedes” dijo
Idacansás mirándo a Luz de Luna que no dejaba de volar encima del agua, en un
juego interminable y fantástico. “Lo hacemos ya?” preguntó Millaray, intimidada
frente a aquel hombre tan distinto a los otros hombres…..”Si, háganlo
inmediatamente” contestó Idacansás caminando por la orilla mirando como los
jóvenes se preparaban a tener contacto con Chie a través de las ofrendas.
Entonces
Cajamarca y Millaray se miraron entendiendo lo que debían hacer, y sin dudar se
desnudaron en un instante, lanzándose al agua que sintieron fría y penetrante
hasta los huesos. “Ahora salgamos y frotemos nuestros cuerpos con el polvo de
oro que nos dieron Bachué y su hijo Iguaque para ésta ofrenda” dijo Cajamarca
llegando a la orilla y alcanzando el joto que había dejado cerca de donde se
habían lanzado al agua.
Sacó una bolsa de piel de ovejo en la que
llevaba una buena porció
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