De
ese modo siguieron diez minutos, hasta que vieron aparecer al otro lado de la
laguna y a unos quince metros sobre ella, una nube de color púrpura venida
desde el pueblo y que bajó lenta hasta asentarse en el suelo. Esa nube se abrió
como las valvas de una concha que tiene en su interior una perla, saliendo de
ella el mago que saludó a los jóvenes levantando los brazos.
Despidió
a la nube diciéndole “Gracias nube. Quédese por ahí un rato que yo la llamaré
para que vuelva a llevarme al pueblo”. La nube se alzó yéndose despaciosa y muy
iluminada, a flotar cerca de otras nubes que pasaban silenciosas junto a ella.
Entonces
Idacansás como en acto de reflexión, caminó un poco por el barranco envuelto en
la ruana gruesa que había traído.
Tenía
la cabeza cubierta con una capota de lana también de colores que lo protegía del frio y de la neblina. Saltó
repentinamente encima de la laguna, sobre la que caminó tranquilo como si andara
en la tierra. . . sin mojarse ni siquiera los pies. Los jóvenes estaban asombrados,
fascinados y a la vez atemorizados
observando semejante prodigio. El corazón les latió con potencia desconocida queriendo
salírseles del pecho. Con solo imaginar que en un momento estarían frente a
aquel hombre mirándolo cara a cara y escuchándolo, los ponia en un estado de
rara conciencia, destruyéndoles el pensamiento, la razòn. Sentían olvidarse de
ellos mismos y flotar vagamente sin dirección ni control.
Ya
venía en la mitad de la laguna, entre un silencio que dejaba escuchar el
quebrarse del agua debajo de los pasos. Mientras tanto, desde allà les sonreía como
si nada anormal pasara en el momento. Estiraba los brazos saludándolos como a
antiguos amigos, hasta llegar por fin junto a ellos.
El
Tunjo, precipitado y alocado pero espontáneo como era, dijo de pronto “También
nosotros somos poderosos, igual que Idacansás, porque para hacer venir a un hombre como éste, del
modo que necesitábamos, se debe contar con mucho temple, gran conocimiento de
uno mismo, de los poderes del universo y vigor como pocos lo tienen”. “Es una
delicia volver a verlo, mi gran amigo Tunjo de oro. Hacía mas de setecientos ochenta
y siete años que no sabía nada de usted. Donde se había metido todo ese tiempo?”
le dijo el mago agachándose encima de la ruana en la que estaba envuelto el
bebé, para verlo bien y para tocarlo a ver si era realmente él. “Está muy frio.
Debería meterse mas entre las cobijas y dormir un rato” le aconsejó el mago
buscando una cobija que estuviera por ahí, olvidada. “Eso haré” y sin siquiera despedirse, se metió otra vez
entre las ruanas.
El
pájaro de mil colores voló varias veces alrededor del mago, saludándolo, hasta que éste finalmente le dijo “Mágico pájaro Luz
de Luna, tienes como ninguno, poder sobre las cosas y sobre los hombres. Me
encanta conocerte. Mucho tiempo estuve detrás de ti para que fueras mi mágico y
poderoso acompañante, pero aunque caminé por muchas selvas y tierras
desconocidas buscándote, no logré tenerte. En realidad es una dicha conocerte”.
“Gracias, muchas gracias mago Idacansás” respondió Luz de Luna echando a volar
por encima del agua con la que estaba fascinado por el oro en polvo que
mantenía en la superficie, y por el extraño brillo de colores que irisaban con
los rayos del espacio, poniéndolo excitado, muy acelerado.
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