Entretanto
las hogueras ardían crepitantes mandando al cielo las llamas retorcidas que se
perdìan misteriosas en el viento entre chispas de colores; el humo perfumado
como nube de incienso tapaba la luz del sol, y los ecos multiplicados de la
naturaleza, muy confusos resonaban encima del agua, en los valles cercanos, en
el espacio y en las colinas.
El
estruendo de los cánticos sagrados, de los cuernos, de los tambores y maracas,
de los gritos implorantes y de las flautas era inolvidable. Todos llevarían en
su mente, en su sangre y en su corazón, la gloria de esos sacrificios que los
ponían en armonía con las estrellas, con los dioses y con el universo total.
Terminada la ceremonia del agua, el rey
y los vasallos se entregaron a la alegría desmedida, a la bebida fermentada de
maíz. La chicha que corría a torrentes entre el pueblo gritando bailando,
saltando y riéndose indecorosos y muy escandalosos. Despues de dos o tres días de jolgorio
alrededor del agua y entre las fogatas que no dejaban apagar para que no les
faltara la luz, la comida caliente y el calor, el rey fue conducido por los
súbditos a su fortaleza de gruesos troncos, cónico techo de paja fina, paredes
seguras, esteras y hamacas de colores donde descansaría sin molestias.
No
era el regreso al pueblo, tan ordenado y solemne como había sido la marcha a la
laguna. La gente iba borracha y sin muchas fuerzas buscando sus chozas con
ganas de echarse a dormir y a descansar muchas horas.
Hay
que decir que bajo las aguas de la laguna yacen todavía los tesoros que allí
fueron arrojados en esos tiempos por tribus enteras. Sin embargo parece que Xué,
el dios del sol, y Bochica velan sobre ellos para que nadie los profane.
Por
fin cuando todo quedó solo, Millaray y Cajamarca caminaron hasta la laguna que
brillaba rara y bella, como si tuviera luz por dentro. Encendieron apresurados tres
fogatas invocando, como les había aconsejado la diosa Bachué, la presencia del gran
mago Idacansás, el mago mas poderoso de los Muiscas con el que debían hablar
para que les revelara un secreto. Le dijeron al Tunjo “Tunjo ayúdenos a que el
mago Idacansás venga aquí rápidamente. Recuerde que la diosa Bachué nos dijo
que debíamos hablar con el”. “No se preocupen, amigos. Lo haré venir
inmediatamente”, gritó dentro de las ruanas donde mantenía abrigado. “Yo
también lo hechizaré y lo haré venir con mi canto” dijo el pájaro de mil colores
que revoloteaba sobre el agua mojándose el plumaje. Quería bañarse con aquellas
aguas afortunadas, sagradas y famosas de Columbus, difíciles de encontrar en
otras partes.
“Pero sáquenme de aquí, sáquenme de aquí” gritó
de pronto el Tunjo estrujándose fastidioso entre las ruanas.
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