domingo, 27 de marzo de 2016

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 26 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus).......LIBRO SEGUNDO



Millaray y Cajamarca se habían confundido en la multitud mirando la fiesta. “Así como ha hecho el cacique, también haremos nosotros para que Chie nos bendiga y nos vaya bien en la búsqueda de la montaña brillante” dijo Millaray al oído de Cajamarca para que nadie los oyera. “Si, eso mismo haremos, pero pongamos
cuidado a ver que mas hacen”.
 En las hogueras echaban plantas resinosas de aromas penetrantes que flotaban danzando en el aire. Era una nube de incienso y otras fragancias de fuerte esencia, entre el resonar de cuernos y flautas como trompetas en las orillas, y entre cánticos sagrados de los sacerdotes, de las mujeres y del pueblo entero levantando los brazos queriendo adueñarse del universo.
Entonces el zipa Meiquechuca se bajó del trono, ungiendo él mismo su cuerpo con un aceite vegetal extraido de plantas sagradas. Luego caminó hasta un lecho cubierto con una gruesa capa de polvos de oro donde se acostó revolcándose varias veces quedando su cuerpo totalmente cubierto de oro. Al levantarse parecía una viva estatua de oro chispeando a la luz del sol.
Mientras el Zipa hacía eso, el pueblo se volteaba de espaldas a la laguna para no verlo, porque era grave pecado que los ojos humanos se posaran sobre la figura del dorado monarca en esos instantes supremos.
Ahí el príncipe se acercó a las aguas, subiéndose a la balsa de donde se había bajado el cacique Guatavita hacía un momento, y donde los sacerdotes y los brujos habían puesto anillos, pulseras, pectorales, tobilleras, coronas y hasta flechas de oro además de esmeraldas y otras piedras preciosas desconocidas, para que con todo ello, el gran señor rindiera culto a la diosa de la laguna, Chie, su nueva protectora.
Remó lento y suave hasta el centro de la laguna donde se quedó quieto un momento, estableciendo comunicación con los poderes superiores, empezando luego a arrojar una a una las ofrendas de oro y las piedras preciosas envueltas en plegarias dichas en susurros, para que cayeran bendecidas al fondo de las aguas.
Mientras tanto las gentes que estaban en las riberas con las espaldas vueltas a la laguna, arrojaban también hácia atrás sus ofrendas de oro y las piedras preciosas entre sus cánticos y oraciones con el fin de que la diosa les escuchara sus pedidos sin tener el permiso de mostrar sus caras que mantenían en alto mirando al espacio sereno.
Cuando los ricos objetos fueron arrojados totalmente al lago, el Zipa saltó elástico desde la balsa, sumergiéndose en las aguas, dejando en la superficie de las ondas el polvo de oro que le cubría el cuerpo.
Nadaba semejante a los grandes peces y así, después de un momento de nado poderoso, volvió a la balsa acomodándose con las piernas en loto y remando hasta la ribera donde se bajó, dichoso y poseído por una fuerza extraña,  quedando en el lago una mancha amarilla que hacía brillar las ondas como si fueran de oro fundido.

Entretanto las hogueras ardían crepitantes mandando al cielo las llamas retorcidas que se perdìan misteriosas en el viento entre chispas de colores; el humo perfumado como nube de incienso tapaba la luz del sol, y los ecos multiplicados de la naturaleza, muy confusos resonaban encima del agua, en los valles cercanos, en el espacio y en las colinas.




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