La
diosa Chie y su hija, muy felices por las ofrendas recibidas, por los ritos y
oraciones, y por las danzas en su honor, perdonaban a los hombres, guardando las
riquezas en lugares desconocidos para dárselas mas tarde a otros dioses
poderosos, que las recibían satisfechos, agradecidos con los humanos.
Esto
dio origen a la ceremonia religiosa conocida como la leyenda de “El Dorado”.
Ese
rito, los sacrificios, las danzas, los ricos ofrecimientos, era lo que ahora veian
Cajamarca y Millaray sentados en las espaldas del cóndor de los Andes mientras
volaban en medio de nubes gruesas que oscurecían un poco el dia.
Las
tribus iban cargando en su trono al rey o zipa Meiquechuca, gran jefe de la
federación de tribus de los alrededores de Bacatá, mientras al frente iba el
cacique Guatavita rodeado de mucha gente, caminando con una lanza de oro en una
mano y el cetro de la autoridad en la otra.
Iba
vestido con accesorios de oro y esmeraldas.
Llevaba
puesta su corona de oro, brillante en los reflejos de los astros, largos collares
también de oro y esmeraldas, grandes aretes artísticamente trabajados,
nariguera especial para el.
Su
pecho y espalda los tenía cubiertos por láminas de oro brillantes bajo el sol
que por ratos se asomaba. Llevaba también tobilleras y un orgullo humilde en el
pecho porque sabía que así debía ser ante los dioses, para que le otorgaran sus
favores.
Viendo
el pueblo al inmenso cóndor volar sobre ellos, quedó perplejo y casi paralizado, pensando que los
dioses les habían enviado un pájaro de las estrellas para que los acompañara en
sus rituales y en sus festejos que le hacían a la diosa del agua en aquella
brillante laguna.
El
zipa Meiquechuca se congestionó profundo, mirando al gran pájaro que lo hechizaba
embelesàndolo, y sin dudar ordenó que pusieran el trono en tierra porque
necesitaba estar en contacto con el, prontamente.
Los
indígenas obedecieron al instante bajando el trono cerca a la orilla del lago.
Entonces el Zipa se levantó con majestuosa actitud, poniendo los pies en la
tierra y elevando los brazos al pájaro que seguía rodeando la laguna en un
vuelo apacible y poderoso. Después Meiquechuca se tendió boca abajo en el suelo,
estirando los brazos a los lados de su cabeza y juntando las piernas, rindiendo
adoración a los dioses desconocidos que habían mandado al buitre celeste para
que los acompañara en los sacrificios.
La
gente también se tendió en tierra después de elevar los brazos al cielo y
después de gritar plegarias dando la bienvenida al pájaro planetario.
Así
mantuvieron un tiempo hasta que el cacique Guatavita dijo a la gente cercana “Ahora entiendo que tenemos
permiso de los dioses para hacer el ritual mas lindo que nunca hemos hecho a la diosa Chie” y mirando a todo lado
descubrió al cóndor un poco lejos, sobre una colina boscosa, donde estaba algo
escondido por altos y gruesos árboles de ese bosque de intenso verde y aromas
fascinantes.
El pueblo también se puso de pie haciendo venias
y oraciones en dirección a la colina
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