Con
el pasar del tiempo la Cacica, que había hecho pacto con los dioses entre las
piedras y rocas del fondo de la laguna, se convirtió mágicamente en la diosa
tutelar del lago.
Prontamente
los Muiscas se dieron cuenta de eso porque ahora veían que la laguna brillaba
de noche con colores extraños y bellos que iban a estrellarse en las colinas y
en las nubes, devolviéndose en fulgores multiplicados. Además el mago Idacansás les había explicado
el pacto que la cacica había hecho con el agua, con las luces y con los peces.
Ella les prometió cuidar de su pueblo y protegerlo en todo tiempo y situación.
Así
fue como los Muiscas, su cacique Guatavita y los sacerdotes o Chuques empezaron
a rendir tributo a la nueva diosa, visitándola continuamente y ofreciéndole
sacrificios para que los protegiera del mal y les aumentara las riquezas.
Ella
como diosa tutelar, salía de tiempo en tiempo a la superficie para recordarle a
la gente, la necesidad de plegarias para renovarles su fe y para exigirles
sacrificios y votos de toda especie. “Deben adorarme porque los poderosos dioses
del universo me han convertido en diosa del agua en servicio a ustedes. Mi
nombre es Chie y desde mi laguna cuido de los hombres y de toda la gente de las
tribus”.
Entonces
se hizo costumbre celebrar ofrendas en la laguna.
Las
tribus llevaban figuras de oro trabajadas con mucho arte, esmeraldas y toda
clase de piedras preciosas que le entregaban al sacerdote para que las bendijera
y las diera a Chie, dejándolas caer en la laguna, como intermediario que era entre
el pueblo y la diosa acuática.
El
Jeque oraba entonces tres días seguidos, con sus noches, acompañado por las
tribus alrededor de la laguna, donde encendían fogatas y donde el pueblo
danzaba y se embriagaba incansable, llegando muchos, a estados increíbles de
transportación que les permitía comunicarse directamente con la naturaleza y conocer
los secretos mas hondos.
Terminados
esos tres días, el sacerdote y muchos del pueblo, lanzaban el oro y las piedras
preciosas a las aguas, entre cánticos profundos y entregas humanas en adoración
pocas veces vista.
La
diosa Chie y su hija, muy felices por las ofrendas recibidas, por los ritos y
oraciones, y por las danzas en su honor, perdonaban a los hombres, guardando las
riquezas en lugares desconocidos para dárselas mas tarde a otros dioses
poderosos, que las recibían satisfechos, agradecidos con los humanos.
Esto
dio origen a la ceremonia religiosa conocida como la leyenda de “El Dorado”.
Ese
rito, los sacrificios, las danzas, los ricos ofrecimientos, era lo que ahora veian
Cajamarca y Millaray sentados en las espaldas del cóndor de los Andes mientras
volaban en medio de nubes gruesas.
Las tribus iban cargando en su trono al zipa
Meiquechuca, gran jefe de la federación
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