Bachué
e Iguaque subieron entonces a una alta montaña y los llamaron con sonidos de cuernos,
con señales de humo y repicar de tambores que no pararon de oírse en siete dias.
El
pueblo fue llegando en grandes caravanas
desde lejanas tierras, encaramándose en las montañas cercanas a la laguna, porque eran miles y
miles los que habían, pero habrìa sitio para todos.
La
diosa Bachué estaba felíz viendo sus tribus, sus hijos e hijas defendiéndose con la vida, extendiendo sus
dominios y llenándose de riquezas. Al verse rodeada de semejante
muchedumbre que la llamaba insistente
para que no se fuera, lanzó un hondo grito golpeando con su eco las nubes, el
sol y las estrellas, diciendo “Nosotros nos vamos ya. Pueblo Muisca trabajen y
sean fuertes”. Y no dijo mas.
Solo
volteó a mirar a la multitud ahora callada, cogiendo de la mano a su
hijo-esposo Iguaque con el que se lanzó de un salto largo al agua que se llenó
de burbujas de colores. Allí, en menos de un minuto se transformaron en
culebras de cinco y siete metros que llenaron de luz el agua asombrando al
pueblo en su mudèz .
Entonces
Bajaron veloces hasta el fondo quedándose allá, por siempre entre las piedras,
en medio de la vegetación acuática y en los rincones mas apartados para que
nadie fuera a encontrarlos nunca jamas.
De
vez en cuando y sin que nadie se de cuenta, Bachué sale de la laguna transformada
en pájaro o en oveja, o en vaca o cerdo a mirar su pueblo. Camina por muchos
lugares sin ser reconocida y vuelve al agua en la que los Muiscas aprendieron a
hacer sacrificios y ritos sagrados, bañándose frotados en polvo de oro y con
las manos llenas de esmeraldas que dejan caer al fondo. Las tribus alucinadas
en sus ritos divinos, lanzan olladas de piedras preciosas al agua
transparente. Iguaque espera èstas
ofrendas, guardándolas muy abajo en un cofre de oro que nadie puede ver porque
mágicamente el lo hace invisible con sus poderes.
“Aquí
es donde vivo con Iguaque, que es a la vez mi hijo y mi marido, y con el que
dimos vida al pueblo Muisca prosperando ésta región. Ya no nos queda mucho por
hacer, de modo que dentro de poco nos iremos al sitio de donde vinimos.
Regresaremos a la laguna Iguaque quedándonos allá para siempre” le explicaba Bachué a Millaray y a Cajamarca
que observaban atentos la amplia construcción donde la diosa vivía. Caminaron
hasta allà viendo en un rincón ollas de barro llenas de piedras preciosas que
brillaban como estrellas en la oscuridad, también habían otras con oro en polvo
que los Muiscas les traían como agradecimiento por haberles dado la vida y el
conocimiento.
“Hola
madre, donde estabas. Te fuiste sin decirme nada” dijo de pronto Iguaque
levantándose de un salto de la estera donde estaba recostado después de llegar
de su trabajo con algunos hombres y mujeres de la tribu “Tienen Hambre?
Preguntó sin asombrarse por la presencia de los dos jóvenes, y sin esperar
respuesta se acercó al fogón donde asò carne de ovejo y papas, con la leña seca
que avivó en un instante soplándola vigorosamente.
Antes
de darles de comer, les ofreció chicha que los cuatro tomaron, sentados en una
larga banca de madera a la que se le había perdido el tiempo. “Se quedarán ésta
noche aquí y mañana podrán irse al sitio que quieran……. A donde irán?” les
preguntó la diosa, y sin esperar respuesta les dijo “Yo les aconsejaría que
visitaran el lago místico. Es un lugar sagrado en el que tendrán que bañarse
frotándose oro en todo el cuerpo después de untarse aceite de plantas escogidas,
y a donde lanzarán esmeraldas y diamantes que nosotros les daremos para que la
diosa del agua, Chie los bendiga y así les vaya bien en sus aventuras.
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