Entonces
el gran Goranchacha sin decir mas, se montó de un salto en otro rayo de sol de
color ladrillo rojizo, yéndose a velocidades increíbles junto a su padre Xué
que lo estaba esperando para que le ayudara a fabricar mas rayos.
En
ese momento la diosa Bachué dijo acomodándose en las espaldas del cóndor.
“Quiero irme a mi casa. Deseo encontrarme con mi hijo-esposo Iguaque que se ha
quedado solo atendiendo las tribus. Posiblemente deben estar desordenadas y sin
duda necesita mi ayuda”. “Ya, tan pronto quiere dejarnos?” le preguntó
Cajamarca que hacía poco se había acercado y ahora arreglaba al tunjo en la
ruana para que fuera cómodo en el viaje. Hacía un momento le había recogido
otra cagada de oro que guardó sin problemas en su famoso joto del que nunca se
separaba. En poco tiempo serían con Millaray, las personas mas ricas de
Columbus con las deposiciones de oro del Tunjo……………. a veces eran constantes y
muy abundantes.
Millaray
también estaba lista. En un momento se acomodó en las espaldas del buitre
metiéndose entre las plumas mas tibias, y viendo que podían arrancar sin dificultades,
dijo “Vámonos Cóndor inmediatamente” y el ave sacudiendo las alas con mucho
brio, se fue elevando hasta navegar por encima de los árboles en dirección a la
laguna de Iguaque, donde la diosa Bachué vivía desde que había llegado al mundo
de los Chibchas.
“Cóndor,
usted sabe donde queda exactamente la laguna de Iguaqué? Le preguntó Bachué.
“Si, venerada diosa. Yo se donde queda, y estoy volando hacia alla, al
territorio de las federaciones del Zaque”. “Gracias buitre” respondió Bachue,
metiéndose entre las plumas buscando calor.
Entonces
Millaray y Cajamarca se cuadraron también entre las plumas porque el viento era
penetrante, muy chuzudo. Así se fueron en un vuelo manso a la famosa laguna,
cerca a la que vivía el hijo-marido de la diosa Bachué.
No
se demoraron en llegar.
El
cóndor bajó a tierra entre la neblina penetrante de aquellas montañas. Se
desmontaron cobijándose ruanas gruesas que los protegían del frio, echando a
caminar contra un viento crudo que por momentos quería arrastrarlos y hasta
tumbarlos. Despues de caminar unos cuatrocientos metros por mesetas bajas de
escasa vegetación, vieron una choza grande que los Muiscas les habían construido
hacía años, con resistentes postes de madera y paredes gruesas de bahareque con
pequeñas ventanas para que no les entrara el frió, ni los bichos venenosos.
Ahí
encontraron a Iguaque, recostado en una estera gruesa y blanda. Era moreno, no
muy alto, de fuerte musculatura, pelo negro largo, ojos oscuros y bonita
sonrisa con un diente remontado. Tenía uno de los guayucos de fibra de lana de ovejo que las mujeres de
las tribus le fabricaban constantemente lo mismo que las ruanas que usaba. Una
de ellas la tenía puesta, porque el frio allí era muy agudo.
En
éste momento descansaba del duro trabajo mantenido con las tribus.
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