martes, 8 de diciembre de 2015

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTTE 11 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus) LIBRO SEGUNDO




Cuando ya todo estuvo listo para empezar la ceremonia, varios grupos de jovencitas iniciaron una danza con pequeñas antorchas encendidas, que levantaban estirando los brazos. Lo hacían alrededor del templo, inclinándose frente a la gran entrada mientras los músicos sonaban los tambores, las flautas, las maracas, las charrascas y los cuernos, al lado de ellas.
Un poco retirados, otro grupo de jóvenes, prendía fogatas  grandes con candela de colores. Las mantenían vivas durante todo el rito porque habían traído abundante leña, palos y troncos.  Todo el pueblo encendió mas antorchas poniéndolas en lo alto de las columnas y de los tallos de los àrboles mientras decían roncos “Ho, ho. Ho, ho ho”, implorando para que el dios los escuchara y llegara al templo. Y segúian repitiendo la misma fórmula incansables todo el tiempo.
Los sacerdotes dentro del templo, lavaban una larga y plana piedra donde acostarían y amarrarían al niño fuertemente para evitar cualquier movimiento que perjudicara el sacrificio. La perfumaban y rodeaban con flores que las mujeres de las tribus habían traído como complemento y decoración. Cuando todo estuvo listo, tomaron al niño de los brazos, acostándolo en la piedra y amarrándolo con lazos de fibras de maguey.
Estaba mudo y dócil. Se dejaba manipular sin decir ni una palabra, y sin llorar.
Seguidamente, en un recipiente de oro, encendieron carbones que en poco tiempo se pusieron incandescentes y en movimiento. Entonces derramaron sobre ellos una miel espesa y blanca que originaba un humo denso de excelente aroma que todos querían aspirar porque su efecto los ponía en alucinación y en contacto con el todo. Los cinco sacerdotes y el cacique olieron el humo varias veces, inclinándose y empezando a bailar alrededor de la piedra, entonando cantos que las jovencitas danzantes acompañaban con sus voces.
Aquellas danzas y cantos duraron cerca de tres horas, hasta cuando los sacerdotes, poseídos por fuerzas desconocidas se acercaron a la piedra donde el niño estaba amarrado. Uno de ellos le abrió de un solo golpe el pecho con el cuchillo, en medio de un berrido espantoso del adolescente que golpeó las montañas, estremeciéndolas y paralizando el bosque que enmudeció largo rato mientras las nubes huían a lugares mas tranquilos evitando ser testigo de semejante trance.
Le arrancaron apresuradamente el corazón tan palpitante, con el que salió a la puerta del templo levantando los brazos para que todo el pueblo lo viera y lo adorara.
El pueblo entonces se echó en tierra, bendiciendo el sacrificio, mientras el sacerdote mordía y tragaba un pedazo de corazón, siendo imitado por los otros jeques que ya habían recogido la sangre del niño en totumas, bebiendo largos sorbos con expresiones alucinadas y ofreciéndola al cacique y a las bailarinas que la tomaban con ansia y sensualismo. Algunos guerreros también se acercaban a beber un sorbo de aquella sangre de sol, sintiéndose poderosos e invencibles porque habían sido bendecidos por el dios. Luego se retiraban a sus lugares, mirando la sangre que había caído en sus vestiduras. “Somos héroes de dios” pensaban dichosos.

Entonces los Jeques, bendecidos por Xué, volvieron al cuerpo del niño, para terminar de destrozarlo y entregarlo al pueblo que lo repartía en un festín y griterío inolvidable, comiéndose su carne entre forcejeos y brutalidades sin nombre.








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