En
toda la región se conoció la noticia, la cual fue acatada por las dos hijas
doncellas del cacique de Guachetá, deseosas ambas de que sucediese el milagro. Todos
los días a la alborada, las hijas del cacique se salían del bohío y se subían a
un cerro cerca del pueblo para esperar la salida del sol por el oriente. Ellas
se acostaban desnudas en los pastos frente al sol, esperando que las fecundase
con sus rayos.
Con
los días, una de las doncellas apareció embarazada y al cabo de nueve meses
parió una esmeralda muy grande, luminosa, bella y muy rica. La princesa la tomó, llena de
dicha, y la envolvió en algodones para que no le diera frío. La puso entre sus
pechos varios días, sujetándola con una faja también de algodón, hasta que al
fin, la esmeralda cobró vida, convirtiéndose en un niño al que llamaron
Goranchacha, hijo del sol.
El
gran Goranchacha.
El
niño fue creciendo en fuerza y en
agilidad, en conocimiento que le daban los sabios brujos de la tribu y algunos
dioses que de vez en cuando llegaban al pueblo en resplandecientes carros de
fuego. Cuando cumplió 24 años, el hijo del sol se dedicó a recorrer el
territorio chibcha predicando las sabias enseñanzas de Bochica y convirtiéndose
en profeta, en la corte de Ramiriquí, en Sogamuxi y demás pueblos indígenas del
imperio Chibcha.
Goranchachá
era recibido en todas partes como hijo del sol y predicador religioso.
Cuando
tuvo conocimiento del castigo que el cacique de Ramiriquí le había infligido a
uno de sus acompañantes, regresó a la entonces capital de los Zaques, dàndole
muerte al Cacique y asentando allí su corte, tomándose el poder por la fuerza.
Escogió los criados para su servicio y entre ellos al pregonero, un indio con
una gran cola de león, que se convirtió en la segunda persona del pueblo.
Goranchacha
gobernó con gran autoridad y rigor; tenía castigos para todos, aún por cosas
muy leves. Cambió en forma definitiva la capital de los Zaques, que
inicialmente era Ramiriquí, por Hunza, por su ubicación y porque se adaptaba
mejor a su pueblo y a el mismo, según sus planes. Se transformó en un verdadero
dictador, el primero que hubo en estas ricas tierras aborígenes.
El
hijo del Sol mandó construir en Hunza un templo para rendirle culto a su padre,
el sol. Para ello mandó traer piedras y columnas de los lugares más distantes
de sus
dominios.
Contaban los Hunzas que nunca pudieron ver las caras de quienes traían las
piedras, por llegar con ellas de noche.
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