Entonces
la muchedumbre como una avalancha llegó entre empujones y voces bajas a los lados del ave que se
había acurrucado a descansar.
Se
mantuvieron a distancia, mirando también a Cajamarca, a Millaray y a Bachué que estaba medio oculta en la maleza.
Entonces
Los ruidos terminaron.
Hablaban
bajo esperando que el pájaro se pusiera de pié para verlo bien, para conocerle
sus detalles, pero el cóndor solo quería descansar, únicamente le interesaba
eso. Cayó de pronto en un hondo sueño. En un interminable camino en penumbras,
donde no escuchaba nada y donde no veía absolutamente nada.
Bla,
bla, bla. Así fue toda la noche para la gente asombrada y algo temerosa.
Hubo
gran luz de fogatas y antorchas subidas y encendidas en la colina para ver a
los recién llegados que eran tan misteriosos para ellos.
En
la mañana el pueblo bajó a los alrededores
del templo, esperando la llegada de los sacerdotes y del cacique Suamox que se
demorarían un tiempo con el niño, alistàndolo para el sacrificio y la sagrada
ceremonia al Sol.
“Hace
muchos años, el Sol quiso reencarnar en una mujer chibcha para tener su hijo,
el hijo del sol en algún lugar de la tierra. Las mujeres chibchas se enteraron
de eso, por lo cual, todas las mañanas se desnudaban en las chozas, en los
ríos, en las rocas, en los caminos y en la selva, dispuestas a que el sol las
poseyera. Habían niñas, adolescentes, mujeres jóvenes y mujeres maduras, todas
desnudas y anhelantes de tener sexo con el sol. Se maquillaban la cara y el
cuerpo con colores fuertes para que el dios Xué las viera bellas. Esperaban los
rayos del astro rey para que las preñara entre gritos felices y gemidos de
placer que las montañas, las estrellas y las nubes con seguridad escucharían.
Tiempo
después de los intentos de fecundación de las mujeres, los indígenas conocieron
que el sol quería enviar sus rayos a una doncella del pueblo de Guachetá, quien
habría de parir, de los rayos divinos, quedando sin embargo completamente virgen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario