Este libro lo hago a la memoria de mi madre.
Ella me enseñó la lucha interna con el fin de conseguir la
rectitud en la mente y en el corazón,
la persistencia en las cosas buenas.
Me enseñó la manera de meterme en mi alma para encontrar a Dios.
Pròlogo
“Toda esta tierra que ves y la que se extiende allende los confines, en las escarpadas montañas,
fue sometida desde tiempos inmemoriales
por la sabiduría de mi raza. No existía paraje alguno,
en sus dominios, del cual su planta no se hubiera
posesionado. Los Muiscas supimos amar, cuidar
y conservar la tierra de la que éramos hijos y moradores. Sin embargo, nada
de lo que hicimos o
dejamos de hacer pudo vencer el designio de las profecías, que marcaron el destino de nuestra
raza.
Ya lo había anunciado nuestro gran Goranchacha.
Ya lo había profetizado el anciano sacerdote del
templo de Iraca a su sobrina Tota en medio de lagrimas de sangre: las lunas pasarán y
pasarán los
soles –dice la pavorosa profecía– pero llegará uno en que las aguas lejanas e inacabables en
grandes piraguas, llegarán a nuestras tierras unos hombres blancos y velludos, y con ellos vendrá
para nuestra raza la maldición. Porque esos hombres pálidos se apoderarán de las tierras de
nuestros mayores y nosotros, sus hijos, de ellas seremos desposeídos a látigo.
Porque no podremos tener cultos, y porque
nuestros dioses tutelares serán bajados de sus altares
cambiándolos por otros que no conocemos. Porque
no se nos permitirá tener riquezas, ni
costumbres, ni libertades, pues seremos esclavos y trabajaremos para nuestros usurpadores.
Porque las tumbas de nuestros soberanos
bienhechores y de todos nuestros muertos
amados
serán profanadas y saqueadas, sus cenizas
dispersas e inquietadas sus sombras.
Porque, ¡oh dolor!, la raza chibcha, la más grande de las razas, tendrá que emigrar a la selva o,
degradada y servil acabará por desaparecer absorbida por otra poderosa para el crimen.
(texto extraído de, Raíces Muicas, Antolinez; Bogotá).
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