Al volver a la rutina terrestre, Millaray,
Cajamarca y el còndor se encontraron en “el corazón del mundo”, o país de los
Tayronas, “los hijos del tigre”.
Despertaron silenciosos, con un sentimiento de
intenso poder en su cuerpo, en su mente, en sus corazones.
Era de mañana y a unos cien metros de ellos vieron
un grande grupo de indios acompañando a un viajero llegado del mar. Ese viajero
era Peico, navegante marino que en un principio bajò de las nubes en un carro
de fuego que viajaba mas rápido que el viento y que la luz de las estrellas.
Era parecido a un dios y les enseñaba a los tayronas como adentrarse en el mar
para pescar y para conocer los secretos hondos de esas aguas. Les enseñaba
también el trabajo de la tierra, de la piedra, la fundiciòn del oro, la
fabricación de vestidos para que cubrieran sus cuerpos, y también les enseñaba
como convertirse en magos buenos para que ayudaran a la gente de sus tierras.
Debido a que el còndor despertaba de su
inexplicable y gozoso estado tenido junto a Sabaseba hacìa poco, lanzò un
enorme grito de dicha que hizo callar a la selva pero poner alertas a los
aborígenes que de inmediato se levantaron yendo a mirar aquella ave tan
grandiosa que los ponìa en estado de asombro porque les recordaba algo
inolvidable.
Se vinieron corriendo. Comprendieron que ese dia
era de gran significado para la región y para ellos.
El gran grupo de Naomas, aprendices de magos
Tayronas que todos los días se reunían con Peico, aprendiendo los secretos del
universo y de los hombres, creyeron que Gauteovàn, la madre de todas las cosas
en “el corazón del mundo”, había enviado a ese enorme pájaro con algún mensaje
que debìan escuchar, o quizás fuera ella misma convertida en buitre como había pasado
alguna vez en tiempos lejanos. Sabìan, según las profecías Tayronas, que cuando
un còndor gigante llegara a su naciòn, debían venerarlo porque representaba la
magia de todas las cosas en la tierra.
Por eso se vinieron en carrera, quedando debajo del
buitre que ya había comprendido la actitud de aquellos aprendices magos. Còndor
no se moviò, y ni Millaray ni Cajamarca quisieron bajarse de sus espaldas hasta
ver que hacían los Naomas con el gran
pájaro.
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