lunes, 7 de septiembre de 2015

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 104 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus)




Al volver a la rutina terrestre, Millaray, Cajamarca y el còndor se encontraron en “el corazón del mundo”, o país de los Tayronas, “los hijos del tigre”.
Despertaron silenciosos, con un sentimiento de intenso poder en su cuerpo, en su mente, en sus corazones.
Era de mañana y a unos cien metros de ellos vieron un grande grupo de indios acompañando a un viajero llegado del mar. Ese viajero era Peico, navegante marino que en un principio bajò de las nubes en un carro de fuego que viajaba mas rápido que el viento y que la luz de las estrellas. Era parecido a un dios y les enseñaba a los tayronas como adentrarse en el mar para pescar y para conocer los secretos hondos de esas aguas. Les enseñaba también el trabajo de la tierra, de la piedra, la fundiciòn del oro, la fabricación de vestidos para que cubrieran sus cuerpos, y también les enseñaba como convertirse en magos buenos para que ayudaran a la gente de sus tierras.
Debido a que el còndor despertaba de su inexplicable y gozoso estado tenido junto a Sabaseba hacìa poco, lanzò un enorme grito de dicha que hizo callar a la selva pero poner alertas a los aborígenes que de inmediato se levantaron yendo a mirar aquella ave tan grandiosa que los ponìa en estado de asombro porque les recordaba algo inolvidable.
Se vinieron corriendo. Comprendieron que ese dia era de gran significado para la región y para ellos.
El gran grupo de Naomas, aprendices de magos Tayronas que todos los días se reunían con Peico, aprendiendo los secretos del universo y de los hombres, creyeron que Gauteovàn, la madre de todas las cosas en “el corazón del mundo”, había enviado a ese enorme pájaro con algún mensaje que debìan escuchar, o quizás fuera ella misma convertida en buitre como había pasado alguna vez en tiempos lejanos. Sabìan, según las profecías Tayronas, que cuando un còndor gigante llegara a su naciòn, debían venerarlo porque representaba la magia de todas las cosas en la tierra.

Por eso se vinieron en carrera, quedando debajo del buitre que ya había comprendido la actitud de aquellos aprendices magos. Còndor no se moviò, y ni Millaray ni Cajamarca quisieron bajarse de sus espaldas hasta  ver que hacían los Naomas con  el gran  pájaro.

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