De ese modo se
saludaron con los visitantes y conocieron lo que pasaba, mientras ellos estuvieron
en las chozas. Iniciaron la danza alrededor de las fogatas, invocando con
grandes exclamaciones a su dios Sabaseba que seguro, pronto estaría entre
ellos.
Pasaron dos horas solamente.
En ese tiempo el pueblo había comido mucha piña
alabando a su dios creador Saymadodjira.
Despues, los danzantes que eran muchos, hombres y
mujeres desnudos alrededor de las fogatas, pintados sus cuerpos con colores
rojo, negro, azafrán, verde. Los hombres con diademas de plumas de colores y
las mujeres con collares, narigueras y pulseras fabricadas con pepas del
bosque, entonaron cantos profundos golpeando la tierra con largas y gruesas
varas despertàndola de su sueño. Ella, igual que el pueblo, recibiría la visita
de Sabaseba y debía estar dispuesta a la alegría, a la explosión del jùbilo. A
esa invocación se unieron los sonidos de las tamboras, las maracas y las
flautas que hacían unidad con el todo poniéndole ritmo propio al tiempo de la
tribu.
De pronto, a un lado de las fogatas vieron una
línea de brillante luz que se iba elevando al alto espacio, moviéndose rítmica
pero suave siguiendo el sonido de las tamboras y la música de las flautas. Entendieron
que su dios Sabaseba, pronto estaría con ellos. Bajarìa por esa cuerda que iba
desde la tierra hasta el sol, donde el dios vivía y desde donde cuidaba a toda
su gente.
Pasaron otras dos horas de danzas e invocaciones en
las que la cuerda sagrada se ponìa mas y mas refulgente, botando luz como si
fuera el sol mismo, iluminando la selva, los valles, las montañas con fuerete resplandor.
Hasta que en mudo asombro, el pueblo viò la figura de una persona completamente
iluminada, semejante a una poderosa estrella, viniendo desde muy alto,
deslizándose despacio por la cuerda celestial hasta llegar finalmente a tierra.
Ahì fue que el pueblo se tirò bocabajo en el suelo,
completamente rendidos a su deidad porque sabían que no eran dignos de mirar de
frente a su dios dador de vida y de luz.
El còndor también miraba la cuerda embelesado,
lanzando de pronto un alto grito “Gggrrrrrrr” como si saludara al celestial
visitante. El pájaro de mil colores casi se enloquecía volando alrededor de la
cuerda en una alegría que ni Millaray ni Cajamarca le habían visto en todo el
tiempo junto a el. Cantaba trastornado subiendo y bajando al lado de la
luminosa cuerda, hasta que sintió el llamado del Tunjo invitándolo a que se
tranquilizara.
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