domingo, 16 de agosto de 2015

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 100 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus)



 Le suplicamos poderoso creador nuestro, que no nos desampares, que nos bendigas siempre, que en èste pueblo nunca falte nada” y la gente repetía “Ho,ho,ho,ho venerado dios Saymaydodjira protèjenos de todos los peligros, saca cualquier mal que haya en èste pueblo. Hazlo por favor, hacedlo ya”.
Ante semejante pedido, ocurrió algo asombroso.
Se escucharon fuertes berridos entre el bosque como si estuvieran estrangulando a alguien en macabro acto. Luego en una carrera endemoniada, una criatura alta, de piel roja y mal aspecto, ojos de fuego muy rojo, cola de caimán, y semejante a un demonio porque tambièn tenía cachos largos y puntudos, cruzò entre el pueblo  ahogado en sus propios gritos y en su misma  pena. Era Daviddu, temible espíritu dueño de la noche, las enfermedades y la muerte y que ante la invocación que el pueblo hacìa a su dios, no resistió quedarse ahì, sintiendo que se quemaba disolviendose en cenizas y en polvo sideral. Prefirió salir del pueblo, huyendo ante las fuerzas del bien, antes de que lo destruyeran totalmente.
Como cruzò entre la gente queriendo matar a algunos indios que habían recibido sus favores y que ahora lo echaban como al mas despreciable diablo, se elevò iracundo con el cuerpo envuelto en llamas rojas con chispas cayendo en la gente en su brutal venganza,  desapareciendo luego entre el viento desgarrante, y algunas nubes negras que lo envolvieron para ayudarlo en su huida. “Pueblo desagradecido, pueblo infame, tanto que les ayude a conseguir las cosas que me pedìan y ahora me hacen huir llamando a su dios que odio con toda mi sangre y todo mi pensamiento” gritaba Daviddu con horrible voz, ya lejos del pueblo. “Nunca mas me volverán a tener, malditos indios malacara” se alcanzaba a escuchar en el viento huidizo y còmplice.
Entonces el pueblo se puso feliz porque comprendieron que todo mal había salido de sus tierras y asì, felices y tranquilos se comieron sus piñas adorando al dios creador que no dejaba de ayudarlos.

Pero como las ceremonias de aquel dia no terminaban ahì, muchos indios fueron al bosque a traer leña con el fin de encender siete fogatas sagradas alrededor de las que danzarìan muchos hombres, mujeres y niños, acompañados de tamboras, flautas, y cuernos, para invocar a su otro dios, Sabaseba, que les habìa dado la luz, porque antes de èl solo había oscuridad. 

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