Le
suplicamos poderoso creador nuestro, que no nos desampares, que nos bendigas
siempre, que en èste pueblo nunca falte nada” y la gente repetía “Ho,ho,ho,ho
venerado dios Saymaydodjira protèjenos de todos los peligros, saca cualquier
mal que haya en èste pueblo. Hazlo por favor, hacedlo ya”.
Ante semejante pedido, ocurrió algo asombroso.
Se escucharon fuertes berridos entre el bosque como
si estuvieran estrangulando a alguien en macabro acto. Luego en una carrera
endemoniada, una criatura alta, de piel roja y mal aspecto, ojos de fuego muy
rojo, cola de caimán, y semejante a un demonio porque tambièn tenía cachos
largos y puntudos, cruzò entre el pueblo
ahogado en sus propios gritos y en su misma pena. Era Daviddu, temible espíritu dueño de
la noche, las enfermedades y la muerte y que ante la invocación que el pueblo hacìa
a su dios, no resistió quedarse ahì, sintiendo que se quemaba disolviendose en
cenizas y en polvo sideral. Prefirió salir del pueblo, huyendo ante las fuerzas
del bien, antes de que lo destruyeran totalmente.
Como cruzò entre la gente queriendo matar a algunos
indios que habían recibido sus favores y que ahora lo echaban como al mas
despreciable diablo, se elevò iracundo con el cuerpo envuelto en llamas rojas
con chispas cayendo en la gente en su brutal venganza, desapareciendo luego entre el viento
desgarrante, y algunas nubes negras que lo envolvieron para ayudarlo en su
huida. “Pueblo desagradecido, pueblo infame, tanto que les ayude a conseguir
las cosas que me pedìan y ahora me hacen huir llamando a su dios que odio con
toda mi sangre y todo mi pensamiento” gritaba Daviddu con horrible voz, ya
lejos del pueblo. “Nunca mas me volverán a tener, malditos indios malacara” se
alcanzaba a escuchar en el viento huidizo y còmplice.
Entonces el pueblo se puso feliz porque
comprendieron que todo mal había salido de sus tierras y asì, felices y
tranquilos se comieron sus piñas adorando al dios creador que no dejaba de
ayudarlos.
Pero como las ceremonias de aquel dia no terminaban
ahì, muchos indios fueron al bosque a traer leña con el fin de encender siete
fogatas sagradas alrededor de las que danzarìan muchos hombres, mujeres y niños,
acompañados de tamboras, flautas, y cuernos, para invocar a su otro dios,
Sabaseba, que les habìa dado la luz, porque antes de èl solo había oscuridad.
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