Luz de luna
se acercò al còndor preguntàndole “Pones toda tu fuerza y todo tu sentir para
que la princesa Zulia sea la princesa-pàjaro de èstas tierras?. El còndor se
estremeció mirando a la muchacha, y en un grito grave contestò “Pongo toda mi
fuerza y mi sentir para que se haga esa magia. Invoco el poder de las estrellas,
del bosque, del aire y de la tierra entera, para que a la princesa Zulia le
nazcan alas. Dos bellas y grandes alas que la lleven a las nubes y a donde ella
quiera”.
“Asì està bien” dijo Luz de Luna volando mas,
llevando en su pata izquierda la flor de
los encantos.
En un rápido movimiento cogió en su pico la
diminuta flor y acercándose a Zulia, se le parò en el hombro donde dejó la
flor, diciéndole. “Bella Zulia èsta flor tiene treinta pètalos vibrantes,
llenos de vida y sortilegio, tienes que comerlos uno a uno agradeciéndoles el
favor que vas recibiendo porque cada pètalo hace estremecer una estrella en el
infinito espacio y también hace temblar y abrir las facultades que van
despertando aceleradamente en ti . Yo te irè dando cada pètalo con mi pico y
también te tocarè tu espalda con mis alas” le dijo Luz de luna detenido en un
solo punto con su movimiento precipitado de vuelo quieto. “Como ordenes, pájaro
de mil colores. Todo èsto tiene que cumplirse y soy la primera en obedecer,
porque asì debe ser según las òrdenes de la naturaleza.”
Entonces se oyò ùnicamente el rumor de la selva
mientras Luz de luna iba dándole pètalo
por pètalo a la princesa. Ella los saboreaba muy despacio diciendo “Siento que
me elevo y que me transformo sin comprender quien soy. Tengo la sensación que
voy por los aires. Es una fuerte impresiòn de ligereza y libertad a la vez que
mi cerebro es uno con el universo”.
Y al terminar de comerse los pètalos, fueron
creciendo en sus espaldas dos alas de colores brillantes, luminosos como no los
tenía posiblemente ningún pájaro en la tierra. Nadie decía palabra y el dia
brillò de un modo bello e inexplicable.
En el pueblo se sentía gran paz y una sensación de gozo
como nunca habían sentido. Nadie tenía hambre, ni sed, ni nada, como si un
estado de rareza sin explicación, se hubiera asentado en el lugar.
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