Ya el dios Maleiwa se había ido porque no podía
quedarse quieto para que la tierra no se cayera, pero Juyà y su esposa Pulowi
estaban con los casados y con la gente que tomaba chicha y danzaba entre sus
propios cantos y su música tan sonora.
Asì fue toda la noche hasta la mañana, en que
muchos ya dormían.
Estaban durmiendo también los recién casados cuando
el sol se elevò entre nubes color ladrillo como candela del espacio.
El dios de las lluvias Juyà, y su esposa de la
fertilidad y la riqueza la noble Pulowi, Cajamarca el joven cacique Pijao, y
Millaray su joven mujer y princesa Pijao, les preguntarìan al despertar, donde
podría estar la diosa Inhimpitu, la amiga del pájaro de mil colores, a la que necesitaban muy urgente.
De modo que se entregaron al descanso en sus chozas
y en sus hamacas, entre la algarabìa que todavía se escuchaba y que enmudecìa
los sonidos del viento llevàndose la arena de la noche.
De pronto, como a las dos de la mañana oyeros
suaves y sensuales voces femeninas entonando canciones de aguas y espumas,
venidas del mar. Juyà se despertó medio alucinado por esas voces, diciendo “Son
las sirenas del mar que han salido a bendecir con sus cantos al dios Chocò y a
su esposa Mile ahora que el universo los ha unido. Ese es su regalo de bodas
que ellas les hacen desde la orilla del mar”. “Yo lo sabìa y lo estaba
esperando en entresueños” dijo La hermosa Mile concentrando su atención en las
canciones que por momentos se llevaba el viento. “Quisiera estar con ellas.
Darles las gracias por lo bellas que son con nosotros y con todo el pueblo que
vive en èstas tierras”. “Si lo haces, ellas huirán. Bajaràn al fondo del mar y
difícilmente volveremos a escucharlas. No les gusta que los terrestres las
miren” le dijo Pulowi.
Las canciones de las hijas del mar. Las bellas
sirenas sin nombre, habían silenciado extrañamente al pueblo. Todos estaban
embelesados por esas voces que los ponían en un estado de olvido y alucinaciòn.
Pero ese regalo de bodas solo durò una hora que a todos les pareció muy corta,
y siendo las tres de la mañana las canciones de las mujeres del mar desaparecieron. Solo quedó el sonido del viento arrastrando
las arenas, chocàndose con las dunas y con algunos ranchos que encontraba en su
camino. Muy lejos escuchaban el arruyo del mar que había quedado tranquilo,
después de que las sirenas se fueron al fondo de sus aguas.
Al otro dia la gente se fue levantando cuando ya el
sol estaba incendiado con llamas color ladrillo, y muy alto en un espacio sin
fin.
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