En el momento en que desenredaba su pelo, vieron
venir lejos, sobre las arenas saltantes con el calor del sol, al dios Maleiwa,
al que también el pueblo había invocado para que estuviera en la ceremonia del
casamiento. No se demorò mucho en llegar al pueblo, donde la gente, apurada y
dichosa, le hizo una calle por donde caminò hasta acercarse al dios Chocò con
su novia y los otros dioses, además de la gente importante de la tribu, la
princesa Millaray y su marido Cajamarca.
Estaba vestido con una larga y delgada bata de
fuertes colores, muy sucia a causa del polvo y de las arenas del desierto en
las que el dios debía andar todos los dias para que la tierra no se detuviera.
Tenìa sandalias gruesas. Una de cuero de elefante y otra de piel de cocodrilo
que le resistìan seguras en su continuo caminar. Llevaba una corona muy vistosa
de plumas de guacamaya que le daban su dignidad sagrada, y un bastòn de oro con
un diamante en la punta que siempre botaba una luz intensa y muy
resplandeciente y que lo comunicaba con los habitantes de otras galaxias en el
momento que quisiera. Además esa luz lo guiaba en cualquier camino indicàndole
donde encontrar agua y alimentos, y las cosas que necesitara.
Como el pueblo sabìa que su dios Maleiwa no podía
quedarse quieto mucho tiempo porque de su andar dependía que la tierra tampoco
se detuviera en el espacio, alistaron acelerados las fogatas de colores, las
antorchas violeta, los instrumentos musicales, la comida, los pescados del mar
y muchos cabros gordos, ubicándose junto al còndor de los Andes al que consideraban un ave
venerable que les daría protección por siempre.
Asì iniciaron un rito de veneración al universo,
danzando alrededor de las fogatas, llevando en sus manos las antorchas, y
tamboras diminutas que despertarìan los poderes terrestres, las fuerzas
vegetales. Entonaban himnos secretos de los altos Chamanes Wayuu para que los
vientos, el fuego, las aguas y la tierra estuvieran en armonía con ellos y les
dieran continua protecciòn, además de lo bueno que recibìan de la luna, el sol
y las estrellas.
Sonaban las tamboras, las flautas, las charrascas,
las marimbas, y asì las danzas se
extendieron varias horas hasta que el dios Juyà y su esposa Pulowi se
acercaron a los novios Chocò y Mile, diciéndoles “el universo està en èste momento
con nosotros en perfecta unidad, dándonos las cosas que les pedimos. Por eso
les vamos a imponer las manos para que queden bendecidos por siempre.
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