El dios de las lluvias salió entonces corriendo
entre los ranchos gritando “Pulowiiii, Pulowiiii, ven que yo estoy aquí. Ven,
ven ya y descansa en mi pecho”. Y de
nuevo gritò viendo como salìa de entre algunas rocas cercanas la temerosa
serpiente que se abalanzò al pecho de Juyà estregando sus cabezas en la cara de
su esposo que sonreía felìz. El la aprisiòno en sus brazos y la acaricò en toda
su largura hasta que asombrosamente la serpiente se fue transformando en una
mujer joven de belleza nunca vista.
“Donde estabas. Porquè te demoraste tanto?” le
preguntò Juyà. “Estaba fertilizando el mundo, poniéndole mucha agua a la tierra
para que hayan frutos y los hombres no tengan hambre”, contestò La bella
Pulowi. “Cuando supe que el dios Chocò se casarìa con la princesa Mile de
nuestra nación Wayuu, acelerè mi viaje desde el fondo de los mares, donde
estaba. Atravesè abismos peligrosos, recorrì valles que estaban muy verdes,
naveguè en ríos furiosos y finalmente me elevè en los aires y volè mucho rato
para que me rindiera el viaje hasta llegar aquí. Veo que todo està listo para
que le demos la bendición a la pareja y solo esperaremos que de un momento a
otro llegue el dios Maleiwa para que también consagre a los casados y asì èsta
unión sea perfecta y para siempre”. Dijo Pulowi arreglándose su largo vestido
de colores tropicales. Se acomodò su corona de oro y perlas y levantò su cetro
del poder que brillaba intenso en la punta superior.
El pueblo los miraba mudo y respetuoso porque estar
al frente de sus dioses era el mayor privilegio que cualquier pueblo en esos
tiempos podia tener. Miraban fascinados la enorme altura de Juyà, su
musculatura casi a punto de explotar, su pelo negro y largo que a veces botaba
chispas de colores y otras veces se convertía encascada de aguas, su guayuco de
piel de puma rojo, y sus anillos relucientes de piedras preciosas chupándose la
luz del sol.
En el momento en que desenredaba su pelo, vieron
venir lejos, sobre las arenas saltantes con el calor del sol, al dios Maleiwa,
al que también el pueblo había invocado para que estuviera en la ceremonia del
casamiento. No se demorò mucho en llegar al pueblo, donde la gente, apurada y
dichosa, le hizo una calle por donde caminò hasta acercarse al dios Chocò con
su novia y los otros dioses, además de la gente importante de la tribu, la
princesa Millaray y su marido Cajamarca.

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