jueves, 5 de marzo de 2015

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 73 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus)




Mientras se acomodaron encima del pasto y debajo de loa àrboles, esperando la llegada del omnipotente Juyà y de su esposa Pulowi, el dios Ewandama escuchò en su pecho y en lo hondo de su mente, sonidos de tambores llegados de su tribu Waunana. Es que lo llamaban urgente porque su presencia y sus enseñanzas era fundamentales para la vida diaria de la tribu, de modo que buscando entre algunos àrboles y llamando a su hijo, el que no hablaba, le dijo acercándosele al oído “debes quedarte un tiempo con nuestros amigos los Wayuu. Ellos te darán una bella princesa a la que cuidan como su mas valioso diamante,  para que estès contento en su compañìa todos los días de tu vida y para que animado y jubiloso por su sonrisa y por el brillo de sus ojos, aprendas a hablar sabiamente como hacen los hijos de los dioses. No puedes defraudarme, hijo mio. Yo irè a mi pueblo porque me estàn llamando pero estarè pendiente de ti todos los días del sol”.
Y sin pedir permiso, cogió las maracas mágicas haciéndolas sonar muy suave, a la vez que pronunciaba palabras prodigiosas para que las fuerzas del universo llegaran  junto a el. Inexplicablemente, mientras entonaba las maracas y decía las palabras, su cuerpo se fuè haciendo transparente, alcanzando lo invisible hasta desaparecer por completo de la vista de todos los que estaban allì. Nadie hablò pero todos supieron por el tipo de rumor en las ramas de los àrboles cercanos,  que había viajado a su pueblo Waunana donde lo necesitaban urgente.
Al dia siguiente de que Ewandama se hiciera invisible para viajar  a su pueblo Waunana, el cacique Anbaibe con sus hijos Nutibara y Quimunchù, trajeron a la princesa Mile a la choza donde había dormido el hijo de Ewandama, para que la conociera. Era bella como la luz de una estrella, como un àtomo sideral, y sus movimientos eran semejantes a las altas palmeras. Estaba sin dote y tanto ella como el cacique Anbaibe sabían que una unión entre el joven dios y la muchacha, les traería incalculables riquezas de otros pueblos.     

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