“OH,oh,oh
gran dios nuestro Maleiwa, escucha nuestros ruegos. No desoigas nuestros
pedidos. En éste momento te necesitamos urgente, por eso te pedimos que nos
escuches. Se movía furiosa la candela, elevándose en girones de colores envolventes
y muy vivos al espacio. Se revolvía como poseída por una furia extraña, o quizás por una felicidad inexplicable al
comprender que a través de ella viajaban los dioses.
Inexplicablemente, entre las llamas que lo
envolvían pero que no lo quemaban, apareció un hombre moreno, alto, de pelo
quieto y negro, vestido con una bata gruesa, de muchos colores, sucia de polvo y arena. Tenía
en las manos una vara larga y gruesa de madera, y en la frente una corona que
brillaba mucho y que era de un material desconocido por los indígenas de allí. Se
presentó con su mirada tan viva y con su cuerpo lleno de mucha paz, diciendo “Yo soy Maleiwa, para que me llaman
con tanto afan? Que quieren de mi? Han
interrumpido mi caminar que ustedes saben que es constante en ésta tierra
reseca. No comprenden que si dejo de andar aunque solo sea un instante, el
mundo se queda quieto y puede
incendiarse?. De modo que díganme rápidamente para que me han llamado. Debo
irme otra vez para que el mundo no deje de girar. Entonces el gran brujo Wuayú
entendió que no podía demorarse en hablar y le dijo apresurado “Gran dios
nuestro Maleiwa, los visitantes que usted ve con nosotros, han venido a
preguntarnos donde está la diosa Inhimpitu porque la necesitan con urgencia.
Ellos han venido del país de la nieve. Viajan en un cóndor que ha llegado de la
luna y los protege la inolvidable diosa Dulima, que alguna vez estuvo con
nosotros ” y Maleiwa mirándolos uno a uno entre la candela que le cubría el
cuerpo sin quemarlo, les dijo “Claro que sé donde está pero se me prohíbe
decirlo porque no estoy autorizado para eso. Así lo ha decretado el universo.
Sin embargo hablaré con el dios Juyá y con su esposa, la diosa Pulowi para que
vengan y les digan donde está Inhimpitu. Ellos si pueden hablar porque tienen permiso
para eso” y sin decir nada mas, desapareció de la fogata dejando en el espacio
un chorro de luz entre azul , verde y violeta. “Ya han oído. Nos mandará al
Omnipotente Juyá, el señor de las lluvias, y a su esposa la divina Pulowi que
siempre lo acompaña. Debemos estar atentos
para darnos cuenta a que horas llegan” explicó el gran brujo dejando las
maracas mágicas sobre una piedra blanca al lado de el. “Posiblemente lleguen
montados en un rayo, porque ese es el medio de transporte que usan para venir a
la tierra” terminó de explicar Anbaibe que ahora bebía agua de una calabaza porque
le había dado mucha sed con la danza y con la fogata que no se apagaba.
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