Hay cosas secretas de los dioses que no nos es
permitido conocer” dijo el brujo caminando cerca al cóndor acurrucado al pie de
un barranco que le daba sombra. “sin embargo podemos llamar a nuestro creador y
dios Maleiwa para ver si él conoce el paradero de la diosa”. “Verdad eso harán?
Gracias venerable brujo por ayudarnos en esto tan importante ” dijo Ewandama
mirando al pueblo que estaba mas allá y que no se acercaba porque se les tenían
prohibido venir a escuchar las charlas en casos como éste.
“Maleiwa?” preguntó Millaray grabándose el nombre del dios “y Quien es
el?”. “Es nuestro dios que nos acompaña todos los días, caminando sin descanso
por nuestras tierras llamando la lluvia que tanto necesitamos. El creó el mundo
y tiene poderes que otros no poseen” dijo Nutibara sacudiendo la cabeza y
arreglándose la diadema de vistosas plumas, sujetándola firme encima de su
cabello. “Tendremos que invocarlo tocando las maracas mágicas junto a tres
fogatas. Cuando esté aquí, el quizás pueda decirnos donde se encuentra la diosa
Inhimpitu”, añadió Anbaibe fumándose un tabaco que le habían traido los Coyaimas
desde el país de los Pijaos cuando un dia vinieron por sal y porque también querían
conocer el mar. “De aquí a un rato,
cuando anochezca, invocaremos a Maleiwa. Algo importante y bueno nos dirá, de
eso estoy seguro” dijo el brujo entrando al rancho para seguir su adoración al
universo.
Faltaban pocas horas para que el sol se descolgara
y empezara la noche. De modo que los visitantes caminaron por ahí, rodeados del
pueblo que no los dejaba ni un momento. Mientras otra multitud no se apartaba
del cóndor, admirados de que hubiera llegado volando desde la luna. De pronto
el Tunjo sacó la cabeza de la ruana en que Millaray lo llevaba envuelto y dijo
“Me gustan mucho los Wayúu porque son fiesteros y porque saben que las riquezas
del mar son de ellos” y volvió a meter la cabeza entre la ruana mientras el
pueblo se admiraba viendo a un bebé hablar de ese modo. Millaray se vió
obligada a explicar lo que pasaba con ese niño “lo encontramos hace tiempos en
un bosque del país de la nieve. Lloraba porque estaba solo, con hambre y frio. Al
acercarnos nos dijo que si lo ayudábamos y le dábamos compañía, nos haría las
personas mas ricas de Columbus porque sus cagadas son de oro y ese oro sería
para nosotros”. “verdad, caga oro ese niño? Se decían unos a otros, asombrados,
y le pedían a Millaray que los dejara verlo porque tal vez ese bebé era único
en el mundo. Y Millaray lo mostraba mientras el Tunjo torcía la cara por el
disgusto que tenía, y cerraba los ojos porque la luz tan brillante de aquellas
tierras le fastidiaba mucho.
Así llegó la noche, y el pueblo encendió antorchas
amarradas en postes frente a los ranchos y también en los tallos de los árboles
cercanos. Hicieron muchas fogatas al frente de las chozas que prontamente
chisporrotearon lanzando chispas de colores al espacio gris,donde se perdían inexplicables,
mientras Anbaibe con sus hijos y el brujo, iban a donde estaban Ewandama y su
hijo, Cajamarca y Millaray, seguidos por las miradas del pueblo que no les
perdían pisada para ver que era lo que iban a hacer. “Haremos la invocación a
Maleiwa, alejados de los ranchos para que los gritos de los niños, los regaños
de las mujeres y los ladridos de los perros no nos interrumpan” dijo el brujo
recogiendo los palos, las cáscaras, las ramas y hojas que habían por allí,
ayudado por El cacique, por Nutibara y Quimunchú que no se separaban. Cuando
tuvieron tres altos montones de troncos y otros materiales secos, Nutibara les
metió candela con la antorcha que llevaba, y cuando el fuego creció, untaron
sus cuerpos con aceites fragantes y con polvo de oro que mandaron traer del
rancho del cacique y que los hacia ver relucientes y mágicos, empezando a
danzar alrededor, llamando a Maleiwa con sus roncas voces, haciendo sonar las
maracas mágicas que solo los Wayúu tenían porque había sido un regalo del dios de
los arawak, Takima, que tenía rostro de pájaro y cuerpo de hombre y que era
gran amigo de la diosa Inhimpitu. Se las había dado para que se comunicaran
fácilmente con cualquier parte del universo y con los dioses que habitaban allá.
“OH,oh,oh gran dios nuestro Maleiwa,
escucha nuestros ruegos. No desoigas nuestros pedidos. En éste momento te
necesitamos urgente, por eso te pedimos que nos escuches. Se movía furiosa la
candela, elevándose en girones de colores envolventes y muy vivos al espacio. Se
revolvía como poseída por una furia extraña,
o quizás por una felicidad inexplicable al comprender que a través de
ella viajaban los dioses.
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