martes, 25 de noviembre de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 60 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de columbus)



Caminaron entonces a donde estaba el cóndor, impaciente.
Bajó el ala para que los amigos subieran a su espalda. Cajamarca y Millaray se encaramaron rápido acomdándose entre el caliente plumaje, y el buitre comprendiendo todo, aleteó potente elevándose sin problemas por encima del caserío. La gente gritaba abajo moviendo los brazos y saltando hasta que el pájaro se perdió allá, por encima de los árboles y detrás de las colinas.


El viejo dios ewandama de los indígenas Waunana había creado el mundo, los animales y las plantas. Fue el dador de vida y la personificación del bien. A su lado estaba siempre su hijo, un muchacho moreno, de fuerte musculatura, anchas espaldas, pecho poderoso  y ojos penetrantes como los de las águilas.  Podía percibir cualquier olor a quince y veinte kilómetros, cosa que no hacía nadie mas en ningún lugar del mundo, y el lo sabía. De el nunca se conoció su nombre y se sentía afligido allí, porque sabía que en otros territorios, las cosas iban mejor.
Vivía junto a su padre Ewandama al que le dijo en una tarde tranquila ya casi empezando a anochecer “Padre, usted debería crear mas hombres para que nos acompañen y para que funden pueblos como lo hizo el gran dios Caragabi con los Emberá-Catíos que viven no muy lejos de aquí”. “Hay mijo. Otra vez vienes con tu molestadera?” respondió Ewandama realmente fastidiado, “pero voy a hacerte caso ésta vez, para que al fin me dejes en paz. Cuando salga el sol de mañana, empezaré a crear a los hombres, para que tengas compañía y no sientas la soledad”. “Gracias padre. Ese es un favor que siempre te agradeceré” le dijo el hijo, y se recostaron en la hierba disponiéndose a dormir entre los sonidos de la selva y el bochorno de la noche.
Ewandama no pudo descansar.
Se la pasó pensando como inventar hombres perfectos, que le dieran realce a su nombre por dondequiera que fuese, y como no logró concretar la idea de  esa creación, se dijo que solamente crearía mujeres que amaran mucho la naturaleza. Y con ésta decisión, logró por fin dormir dos horas, que lo repusieron un poco.  Despues de eso salió el sol y Ewuandama poniéndose de pié llamó a su hijo, que estaba cubierto con una grande hoja del bosque.
Lo invitó a que lo acompañara a la orilla del rio. “Vamos hijo a la orilla del Baudó. Voy a crear muchas mujeres para que te hagan compañía”. “Gracias padre. Miraré como es que le das la vida a las mujeres, todo eso tengo que aprenderlo”.
Caminaron mas o menos veinte minutos entre la selva, seguidos por el griterío de los animales sorprendidos por su presencia, hasta llegar al rio. Se sentaron en la orilla, donde había arcilla blanca que el dios Ewandama usaría enseguida. Se amarró el largo cabello blanco con una fina fibra que encontró tirada por ahí, mientras sus manos se hundían en la arcilla haciendo delgadas figuras a las que les daba un soplo, convirtiéndolas en seres con vida que iban creciendo delante de ellos hasta tener  la estatura normal de los hombres en menos de un pensamiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario