jueves, 9 de octubre de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 54 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)




Después fue a la orilla del rio, con la tribu detrás. Abrió el animal con un cortante cuchillo de oro, sacándole los intestinos y la menudencia que lavó bien, lo mismo que la carne, echándola en costales de fibra de maguey que llevaba en su equipaje.
Se cargó un costal lleno de carne, en la espalda, mientras un rudo hombre cogió el otro costal, yéndose a su lado hasta llegar al pie de la fogata donde todo el mundo se arrimó para ver que era lo que ese dios iba a hacer.
Cajamarca ayudado por Millaray, sacó sal del joto que siempre llevaban.
Friccionó con gran aplicación la carne, y cuando estuvo adobada usando otras hierbas aromáticas, la montaron en largos palos sujetados en gruesas horquetas clavadas profundo, y alistadas desde hacía rato, a lado y lado de la fogata.
En poquito tiempo la carne empezó a chirriar, soltando abundante grasa agrandando la candela, dándole colores a las llamas, y olores de apetito al ambiente,  poniendo glotona a la gente. Así pasó un rato hasta que finalmente la carne estuvo asada, entonces Millaray y Cajamarca cortaron pedazos para que la tribu probara, y como la sintieron buena, quisieron robarse lo restante. No lo hicieron, por la presencia de Millaray y de su compañero, el joven dios. Lo que si hicieron, fue ir al monte a conseguir mas animales para traerlos, asarlos y calmar aquella nueva tentación.
En poco tiempo volvieron con cabras, gurres, con terneros. . . y entre señas, le pedían a Cajamarca que les enseñara a prender mas fogatas. Entonces les indicaba pero los hombres no lograban el fuego, ni lavar las carnes ni acomodarla en los palos que finalmente hicieron, después de mucho  bregar con la enseñanza paciente de los dos jóvenes.
Cajamarca les regaló sal.
Ellos la echaron , extendiéndola bruscos, mordiéndola ansiosos, saboreando el manjar que los “dioses” les enseñaron. 
Ese dia aprendieron a decir  “Carne”, aprendieron también la palabra “sal”, y la palabra “Fuego”. Estaban felices y se abrazaban, y corrían, y brincaban mordiéndose dichosos
Después, la tribu no dejó que Millaray y Cajamarca se fueran. Iban a necesitarlos por mucho tiempo.
Una mañana, el joven Cajamarca madrugó a traer gruesos palos que le servirían para levantar una choza.
Les iba a enseñar cómo vivir mejor y mas tranquilos, guardándose de los peligros que eran muchos en la selva. Protegiéndose del sereno, de los animales salvajes, de los intensos aguaceros, de los ventarrones, y en fin darles un medio para descansar, criar a sus hijos y dormir bien, como debía ser.
Con sus idas al monte y sus venidas, fue amontonando las columnas en un sitio despejado a donde llegaba buena luz y desde donde podía ver a la gente. Lo mismo hizo al dia siguiente, ayudado por algunos hombres que no lo dejaban en ningún momento, y cuando consiguió también hojas de palma que le servirían en la fabricación del techo, empezó a hacer grandes huecos en la tierra. Algunos hombres colaboradores trajeron palos a los que sacaban punta para aflojar el suelo, a manera de barretones. Así, muchos quisieron trabajar pero lo que hacían era interrumpir porque no acertaban a hacerlo bien. Cajamarca se comunicaba con gestos diciéndoles que primero miraran para que aprendieran.
Abrieron hartos huecos, guiados por una fibra vegetal amarrada de dos estacas mas o menos a diez metros de distancia, que les indicaba la dirección para que los postes no quedaran salidos o muy metidos  en la línea recta.
Levantó un primer palo enderezándolo en su vertical, ayudado por una cabuya y una piedra amarrada en un extremo que le servìa de plomada. Después lo fue asegurando en la base con grandes piedras traídas del rio, echándole tierra y ajustándola con los pisones, hasta que el palo resistió, quedando completamente vertical y seguro.  
 Así los hombres ayudaron a clavar los otros postes. Cajamarca les atravesaba otros palos y varas, amarràndolos con bejucos fuertes para mas tarde, echar  la arcilla entre ellos y formar las pardes.

Empezó a levantar el techo sobre las columnas y a ponerle la palma, cosa que hizo en un rato, porque los nativos le iban alcanzando sin demora lo que el les pedìa.  





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