Después
fue a la orilla del rio, con la tribu detrás. Abrió el animal con un cortante
cuchillo de oro, sacándole los intestinos y la menudencia que lavó bien, lo
mismo que la carne, echándola en costales de fibra de maguey que
llevaba en su equipaje.
Se
cargó un costal lleno de carne, en la espalda, mientras un rudo hombre cogió el
otro costal, yéndose a su lado hasta llegar al pie de la fogata donde todo el
mundo se arrimó para ver que era lo que ese dios iba a hacer.
Cajamarca
ayudado por Millaray, sacó sal del joto que siempre llevaban.
Friccionó
con gran aplicación la carne, y cuando estuvo adobada usando otras hierbas
aromáticas, la montaron en largos palos sujetados en gruesas horquetas clavadas
profundo, y alistadas desde hacía rato, a lado y lado de la fogata.
En
poquito tiempo la carne empezó a chirriar, soltando abundante grasa agrandando
la candela, dándole colores a las llamas, y olores de apetito al ambiente, poniendo glotona a la gente. Así pasó un rato
hasta que finalmente la carne estuvo asada, entonces Millaray y Cajamarca cortaron
pedazos para que la tribu probara, y como la sintieron buena, quisieron robarse
lo restante. No lo hicieron, por la presencia de Millaray y de su compañero, el
joven dios. Lo que si hicieron, fue ir al monte a conseguir mas animales para
traerlos, asarlos y calmar aquella nueva tentación.
En
poco tiempo volvieron con cabras, gurres, con terneros. . . y entre señas, le
pedían a Cajamarca que les enseñara a prender mas fogatas. Entonces les indicaba
pero los hombres no lograban el fuego, ni lavar las carnes ni acomodarla en los
palos que finalmente hicieron, después de mucho bregar con la enseñanza paciente de los dos
jóvenes.
Cajamarca
les regaló sal.
Ellos
la echaron , extendiéndola bruscos, mordiéndola ansiosos, saboreando el manjar
que los “dioses” les enseñaron.
Ese
dia aprendieron a decir “Carne”,
aprendieron también la palabra “sal”, y la palabra “Fuego”. Estaban felices y
se abrazaban, y corrían, y brincaban mordiéndose dichosos
Después,
la tribu no dejó que Millaray y Cajamarca se fueran. Iban a necesitarlos por
mucho tiempo.
Una
mañana, el joven Cajamarca madrugó a traer gruesos palos que le servirían para
levantar una choza.
Les
iba a enseñar cómo vivir mejor y mas tranquilos, guardándose de los peligros
que eran muchos en la selva. Protegiéndose del sereno, de los animales
salvajes, de los intensos aguaceros, de los ventarrones, y en fin darles un
medio para descansar, criar a sus hijos y dormir bien, como debía ser.
Con
sus idas al monte y sus venidas, fue amontonando las columnas en un sitio despejado
a donde llegaba buena luz y desde donde podía ver a la gente. Lo mismo hizo al
dia siguiente, ayudado por algunos hombres que no lo dejaban en ningún momento,
y cuando consiguió también hojas de palma que le servirían en la fabricación del
techo, empezó a hacer grandes huecos en la tierra. Algunos hombres
colaboradores trajeron palos a los que sacaban punta para aflojar el suelo, a
manera de barretones. Así, muchos quisieron trabajar pero lo que hacían era
interrumpir porque no acertaban a hacerlo bien. Cajamarca se comunicaba con
gestos diciéndoles que primero miraran para que aprendieran.
Abrieron
hartos huecos, guiados por una fibra vegetal amarrada de dos estacas mas o
menos a diez metros de distancia, que les indicaba la dirección para que los
postes no quedaran salidos o muy metidos
en la línea recta.
Levantó
un primer palo enderezándolo en su vertical, ayudado por una cabuya y una
piedra amarrada en un extremo que le servìa de plomada. Después lo fue
asegurando en la base con grandes piedras traídas del rio, echándole tierra y
ajustándola con los pisones, hasta que el palo resistió, quedando completamente
vertical y seguro.
Así los hombres ayudaron a clavar los otros
postes. Cajamarca les atravesaba otros palos y varas, amarràndolos con bejucos fuertes
para mas tarde, echar la arcilla entre
ellos y formar las pardes.
Empezó
a levantar el techo sobre las columnas y a ponerle la palma, cosa que hizo en
un rato, porque los nativos le iban alcanzando sin demora lo que el les pedìa.
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