Ustedes
son dioses?” preguntó de nuevo Caragabi. Pero Millaray evitando la respuesta,
le ordenó inmediatamente al buitre “Cóndor de los Andes, vuele a donde la
paloma nos diga. Ella nos guiará a los buenos lugares”. Entonces el cóndor
abrió las alas, saltando al vacío y volando por encima de las aguas que eran
muchas, obedeciendo las indicaciones de la paloma, que iba velóz adelante.
Las
aguas del árbol genene, junto con las aguas de la cueva de la diosa Getzera
habían formado los mares, los arroyos,
los ríos, las fuentes que empezaron a correr sobre la tierra con fuerza
descomunal.
Los
afortunados peces que podían nadar alrededor del árbol genene y que bebían de
sus aguas, se iban transformando asombrosamente en hombres musculosos, muy fuertes,
y mujeres bellas con mucha gracia que seguían a Caragabi queriendo formar una
gran población en la que el sería su dios y su fundador.
A
medida que bebían del agua del árbol y que ésta hacia su efecto en los peces,
las aletas se les cambiaban en brazos y en piernas, y su cara iba cambiando milagrosamente
tomando la misma apariencia de su dios Caragabi.
Esos
peces nadaban incansables orientándose
con la voz del dios que percibían
nítida a medida que nadaban, igualándose en sus velocidades de agua, con el
vuelo del cóndor, que iba incansable por el claro y caliente espacio, encontrando
por fin las tierras del Chocó donde se quedaron a vivir todo el tiempo, porque
supieron que ese era su paraíso.
Donde
aprendieron las cosas del mundo y de la vida, y donde su descendencia crecía
sin parar.
Esos
peces, reunidos ahora en el chocó y convertidos por la magia del agua del árbol
Genene en hombres y mujeres con pensamiento y sentir, crearon el pueblo de los Emberá-Catìos,
que andaban confundidos en las selvas y en las orillas de los ríos como seres
en pena, sin saber que hacer.
Con
los días sintieron necesidad de tener un sitio para dormir porque en algunas
épocas las noches eran frias y no tenìan donde abrigarse para sentir calor y
dormir tranquilos sin ser atacados por los bichos nocturnos y por raros
animales que se les acercaban con ganas de tragárselos.
Vieron
entonces que los àrboles podìan protegerlos con sus ramas en lo alto, y porque
estando arriba del suelo, muchos animales no podrían atacarlos.
Cargaron
gruesos y largos palos, amarràndolos con bejucos, subiéndolos y acomodàndolos
en las ramas de los àrboles mas poderosos, inventando zarzos que muchas veces
se les desbarataban pero que al final aprendieron a construir volviéndose
maestros en eso. Ahí se tiraban a
descansar mas tranquilos, a la vez que se ponían ágiles subiendo por los
bejucos y por los gruesos tallos, semejante a como lo hacían los micos. Despues
de algunos meses, cayeron en cuenta que muchas hojas del bosque, grandes y
gruesas, los protegían mejor, dándoles calor en las noches.
Fue
así como se arroparon, sintiéndose inteligentes y dueños de la tierra, por
haber empezado a usar su pensamiento.
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