jueves, 17 de julio de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 44 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)




Esas jovencitas pondrían a funcionar los secretos del embrujamiento amoroso. El embeleso y el arrobo. Solo el que pudiera resistir semejantes ofrecimientos, sería el gran cacique-emperador de los Guane.
La noche pasò fría, alumbrada con la luz indiferente de una luna triste a la que nada le importaba porque su rutina y soledad la tenían cansada.
Por la mañana, en cambio, salió un sol brillante, casi quemante por su color ladrillo encima de las montañas.
Las tribus madrugaron mucho entrando a las cocinas, haciendo de comer en las hornillas y en las fogatas con todo lo que encontraban. Pedazos de animales de monte, carne de marranos, de vaca, de ovejo, además de papas, alverjas, fríjoles, arracachas y también frutas que muchos aprovechaban al pasar.   
En los alrededores prendieron fogatas para tener carbón. Asarìan mas carne de animales traìdos del monte. Gurres, venados. Cocinaban también en grandes ollas de barro, plátanos, yucas, entre un griterío inolvidable, en medio de carreras apresuradas, òrdenes que van y vienen, viajes de leña, lloros de niños, gritos de  mujeres.
En la maloca, mas de cincuenta jovencitas eran maquilladas y vestidas por las mujeres conocedoras de trucos de belleza. Ponían deseables a las niñas que hoy cumplirían una enloquecedora labor. Serían ellas  las electoras definitivas del mas alto cacique Guane.
Muy temprano la gente vio a los caciques Butaregua, Pomareque, Babasquezipa, Corbaraque y Poima, desayunando abundante entre una charla imparable al lado de una choza algo alejada del caserío.
Los vieron poniéndose sus diademas de oro y esmeraldas, sus aretes, sus tobilleras, sus pulseras que lucirían, porque hoy sería un dia famoso en la historia de sus tribus.
En la gran maloca las jovencitas ya estaban listas. Con sus embrujamientos y embelesos cautivarían al hombre mas duro e invulnerable de aquellos pueblos.
De modo que las mujeres jefes las dividieron en grupos, indicándoles a donde debían ir. Reían voluptuosas y encandiladas las niñas entre el tintineo de sus aretes, de sus tobilleras, de sus pulseras que las ponían delicadas y dulces. Iban maquilladas con rayitas artísticas de colores en sus mejillas, en sus ojos, en los brazos. Llevaban diademas de oro, mucho brillo en los ojos, y plumas de mil colores colgaban de sus cabellos. Sus cuerpos estaban perfumados con esencias de flores del bosque. Eran ninfas secretas, dueñas de los destinos masculinos. Llevaban pequeñísimos tambores de sonidos casi ocultos, flautas de cañas finas, conchas de caracoles con las que harían canciones provocadoras entre el indefinido embrujamiento del amor.
Allá iban las niñas de doce a dieciséis años riendo felices y esperanzadas.
Un grupo se fue a la orilla del rio junto a las gigantescas piedras donde muchas parejas hacían el amor apenas empezando el dia cuando el sol se asomaba, o a la luz de las estrellas entre los gritos de las chicharras y el escándalo de los micos en la selva cercana.
Otro grupo de niñas caminó al bosque, a los prados donde jugaban a la flecha, a la lanza y a la pelota de goma, mientras en los descuidos las mujeres se volaban con los hombres, haciendo el amor en los troncos o en la maleza.
Otro grupito se fue a lo alto de una colina, cómplice en los juegos del sexo de los caciques con las mas jóvenes de las tribus, a las que coronaban  y bendecían entre los quejidos desfallecientes de ellas.

Las demás se quedaron detrás de algunas chozas haciendo coqueterías a los indios  para echar a correr esperando que las siguieran. También buscaron sitios en la maloca que había quedado vacía según las normas del pueblo para la elección del cacique.


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