A
Millaray y a Cajamarca les dejaron una choza finamente construida. Tenía
hamacas de lindos colores y abundantes cobijas limpias fabricadas con lana de
ovejo, tejidas con dibujos-emblemas de esas tribus. Se acostaron pronto,
acosados por el cansancio, por la presión del pueblo y del ambiente. Durmieron largamente el resto de horas
oscuras sin soñar.
El
resto de tiempo pasó rápido e insomne porque cuando el sol se alzó callado y
poderoso por encima de las montañas, mucha gente todavía tenía sueño.
Pero
elegir a un alto cacique de la federación Guane, era vital para el pueblo. Por
eso la multitud estaba dispuesta a éstas horas tempranas, a acompañar en sus
luchas a los nueve guerreros que quedaban. Era un deber tribal y una obligación
humana. Ninguno podía escapar a las normas de esa sociedad.
En
poco tiempo sabrían quien sería el gran gobernador.
La
multitud vio de pronto al cacique de Pomareque, Babasquezipa, el que todo lo
ve, el que conoce los secretos de los árboles y de los animales, cubierto con
una larga ruana de colores y una corona de plumas de pájaros exóticos, que el
viento le movía muy fuerte, queriendo tumbársela.
Estaba
parado en una alta roca en una esquina del pueblo, con un brazo levantado y la
mirada fija, pidiendo atención. Cuando la gente hizo silencio, gritó. “Pueblo Guane, pueblo Guane pongan cuidado. Hoy
iremos al rio porque los combatientes deben atrapar al pez bufeu jefe, el que ordena
a los otros peces de su especie, secuestrar a nuestras mujeres cuando lavan y
se bañan en el rio para llevárselas a vivir con ellos. Será una aventura especial
para los guerreros, destruir a éstos enemigos que nos vigilan a todo momento
para hacernos daño.
Seguro
algunos morirán, es la le del combate, pero así conoceremos a los mas valientes
y decididos de las tribus para que uno de ellos sea nuestro alto jefe. “vamos, vamos
entonces” gritaron muchos indios, abriéndose espacio en la multitud, sin esperar a que Babasquezipa terminara de
hablar, arrancando a caminar al rio como siempre entre gritos, silbidos, largos
sorbos de chicha que llevaban en calabazas y extensos brincos entre el barro,
las piedras, los troncos caídos y entre la ruda maleza que ellos manejaban
diestramente.
Ya
los guerreros iban adelante armados con hachas de piedra, cortas lanzas, redes
de gruesos bejucos, y fuertes palos que necesitarían en el combate.
Recordaban
que esos peces se habían llevado al fondo del rio a mas de trescientas mujeres,
jovencitas y adultas descuidadas en la orilla del agua. Iban a parar a lo mas
hondo del rio como mujeres de los bufeu machos, poniéndolas a vivir entre las
piedras y las algas del fondo, cuidándolas a todo momento para que no fueran a
volarse a sus pueblos y los dejaran
viudos y quizás muy tristes. De ningún modo les permitían volver a la
superficie, y si un indio pretendía bajar a rescatarlas, era destrozado por
multitud de bufeus que se unian en el combate para destruirlo.
Desde
que vieron mujeres bañándose desnudas y lavando en las orillas del gran rio,
rondaron maliciosos cerca de ellas desde tiempo atrás, escondidos en la espuma,
detrás de las piedras y entre la maleza que les permitía acercarse sin ser
vistos por las mujeres.
Con
seguridad se comunicaban entre ellos por
alguna glándula especial en sus cerebros.
Encerrándolas
sorpresivamente se les acercaban sin dudar, tumbándolas al agua con golpe preciso, empujándolas luego con sus
cabezas entre afanes y gritos gozosos, llevándoselas con la ayuda de la
corriente para luego agarrarlas de los guayucos o las ruanas y hundirlas al
fondo del rio, donde las ponían a vivir con ellos, dejándolas al cuidado de
otros bufeus que tenían ese oficio y que no permitían la llegada de las bufeus
hembras, evitando peleas y celos con los machos de su especie.
Las
bufeus hembras también se robaban a los hombres descuidados en las orillas del
rio, en las canoas, o cuando cruzaban
nadando, llevándoselos a lugares ocultos donde muy pocas hembras
supieran sus escondites.
De
modo que luchar con los bufeus y pretender apresar al jefe, macho o hembra, era
una decisión loca, casi imposible para los indígenas guerreros. La muerte sería
segura para muchos. A algunos quizás los secuestrarían las bufeus hembras, aprovechando
el desorden, para tenerlos como maridos en sus guaridas.
Los
guerreros se arriesgarían a ésta lucha inexplicable, con tal de convertirse en
el gran cacique-emperador de los Guane.

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