Y
los caimanes venían en tropel, entre la horrible confusión, las luces y
las sombras de las antorchas abríendo mas las fauces como si ya sus gargantas no
estuvieran clavadas con las flechas envenenadas. Se retorcían lanzando
sonidos del fin del mundo.
Querían era destrozar a su enemigo de un solo tarascazo. Devorarlos como a un animalillo y mostrar
que eran los dueños de la
laguna.
Los
luchadores se les encaramaron en las costillas queriendo inmovilizarlos con
trucos entre las rocas, clávandoles cuchillos debajo de las mandíbulas
y en el estómago. Pero mas se enfurecían
las bestias, revolviéndose entre el agua olorosa a demonios. “No me ganarás
feróz animal, yo soy mas fuerte que tu” gritaba un joven encaramado en las
espaldas del saurio, agarrado con sus brazos por debajo de la cabeza del
lagarto. Le clavaba el cuchillo bajo la mandíbula, entre
los estertores y los gritos agónicos salidos de todas partes.
En
menos de pocos minutos los saurios se devoraron doce muchachos y querían
mas porque un banquete así, se repetía pocas veces. “Muera, muera maldita
bestia. No podrá ganarme. Jamás me ganará. La muerte es su destino” gritaba un
joven completamente embarrado, con los músculos aplicados, puras barras de
acero en el cuerpo enemigo. En un descuido del guerrero, el cocodrilo le arrancó
un brazo de un solo mordisco, cayendo el muchacho asfixiado al agua, donde lo
devoró instantáneo entre los gritos de la muchedumbre enloquecida frente
a esa orgía de sangre y carne, nunca vista en la región.
El
chapotear en medio de tantas rocas, piedras y troncos, era espantosa, lucha de
demonios, hasta que la muchedumbre vió finalmente
a siete jóvenes seguros en su lucha, bien encaramados en los cocodrilos,
dominándolos con su potente fuerza.
Varios les habían hundido mas flechas en las lenguas y debajo de las mándibulas,
enredándolos con las redes entre alaridos horribles, “Gggrrroooggg, gggrrooogg”
el mover de sus colas exterminadoras derribaba a otros muchachos cercanos como
palos que cayendo en medio de los troncos y las piedras, eran devorados entre
el continuo griterío de las tribus ya borrachas de exaltación y chicha.
Los
hombres que todavía quedaban vivos y los caimanes enfurecidos, luchaban sin
rendirse. Horribles latigazos de las colas derrumbaban también las piedras,
moviendo los grandes troncos y los tallos con golpes de muerte, acabando de un
solo golpe a uno, dos, tres muchachos tragados instantáneamente en una orgia de
odio y carne, hambre, instinto y sangre. “Ooohhh, me muero, me muerooo ya” decía
débil uno, cayendo como vàstago entre el agua.
Así,
era la delicia de las bestias.
Hasta
que finalmente uno de los jóvenes indígenas le clavó un cuchillo en ambos ojos
a un saurio dejándolo ciego y fiero. Aprovechando esa situación, le atravesó un
enorme tronco en la jeta que tenía muy abierta. El joven resitió los duros
estremecimientos metiéndole también una antorcha encendida, que alguien le
alcanzó, haciéndolo lanzar alaridos desconocidos. Muérete bestia del demonio,
muérete ya, animal de los infiernos” gritaba el indígena presintiendo su
victoria. Luego, viendo que se retorcía
agonizando, lo apuñaló repetido debajo de la mandíbula, logrando al fin que el
saurio se ablandara y doblara porque mucha sangre salía de su cuerpo como
fuentes, hasta quedar tendido encima de un tronco.
Y
fue ahí cuando la multitud se alegró “Hurraaaa, hurraaaa, ya un indio mató un caimán. Ya mataron un
caimán. Eso hay que celebrarlo” gritaba la multitud gozosa. “Eso quiere decir
que seguirá la competencia en el bosque de las serpientes. Cuantos hombres han
quedado después de la batalla?”. “No sabemos. Tenemos que contarlos, dijo el
brujo mayor”.
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