lunes, 12 de mayo de 2014

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 34 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)





Ahí fue el asombro, el reir, la malicia colectiva, porque  viendo al indio Guane acompañado por el jefe Muzo al que todos conocían, y al ver a Cajamarca y a Millaray, no supieron que pensar ni como hacer nada. Entonces el indio viajero comprendió a las tribus y gritando a todo pulmón dijo “A mi me mandaron al pueblo de los Muzos para que invitara al cacique de allá a la elección que haremos de nuestro máximo jefe. El noble anciano ha venido, como ven, pero como allá estaban los hijos del dios Are, que viajan en el cóndor de las estrellas, nos invitaron a que nos viniéramos con ellos porque quieren darse cuenta como se elige a un cacique en éstas tierras.
 “Ellos son hijos de Are, el dios de los Muzos?” preguntó uno, perdido en la multitud. “Si, son hijos de Are y tenemos que estar contentos por que hayan venido en ésta fecha. Ellos como hijos de los dioses, pueden ayudarnos en la elección”. “Pero bajen, bajen ya para atenderlos como se  debe” gritó el bravo cacique Macaregua, abriéndose paso entre la gente tan apretada que no permitían ni un respiro.
Ya el cóndor había bajado el ala y Cajamarca y Millaray bajaron primero, para enseñarle al anciano jefe Muzo y al indio mensajero como debían hacer para llegar suaves al suelo.
Al ver a los jóvenes tan cerca de ellos y sabiendo ahora la multitud, que eran hijos de Are, se inclinaron sin levantar la vista porque creían que si lo hacían, serían quemados por los rayos del cielo y matados en menos de un momento por los celosos dioses.
El anciano también bajo, y el indio al lado de él.
Entonces El cacique Macaregua invitó a los otros caciques, Corbaraque, Babasquezipa, Poima, chalalá, Butaregua y Chanchón para que vinieran y ayudaran a atender a los dos jóvenes hijos de Are.
Sin mirarlos de frente, los caciques los llevaron a un grande rancho donde vivía el jefe de los brujos con su mujer y una niña de trece años, tal vez la mas linda de su tribu. En un momento cubrieron el suelo con esteras, ruanas y cobijas, además de hamacas amarradas de gruesos postes que sostenían el techo, para que se metieran ahí y descansaran, mientras el cóndor volaba a un bosque cercano donde se relajaría del vuelo, siendo perseguido por muchos indígenas que no dejaban de asombrarse mirándolo calladamente.




Millaray y Cajamarca no decían nada. Solo se miraban entre cortas sonrisas, sintiendose tratados como los hijos del dios Are.
Durmieron largo rato en el silencio de la gente, hasta que otra vez despertaron, siendo ya el anochecer.
El Tunjo lloraba de frio porque se había quedado desarropado, y eso lo ponía de mal genio. Millaray se dio cuenta, y lo cobijó bien, envolviéndolo en las gruesas ruanas.
El pájaro de mil colores se había parado en un palo saliente cerca al techo de la choza, donde se le veía tranquilo. Había comido insectos y pedazos de frutas maduras de los árboles.
Afuera se veía una gran iluminación de antorchas y fogatas.
Las tribus cocinaban en grandes ollas de barro la comida comunitaria en la que todos ayudaban trayendo alimentos, manteniendo el fuego, cargando leña, soplando la candela, dando de comer a los niños y a los animales que caminaban entre ellos tranquilamente. Eran los marranos, los ovejos, las gallinas, los loros, las guacamayas, las vacas que se atravesaban quitándole espacio a la gente y  comiéndose las provisiones que encontraban en los rincones de las cocinas y a los lados de las chozas.
“Divinos hijos de Are, quieren acompañarnos ésta noche al combate con los cocodrilos y las serpientes?” gritó de pronto el cacique Macaregua, muy desparpajado, asomándose a la puerta de la choza donde estaban los jóvenes Cajamarca y Millaray no bien despiertos todavía. 

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