Pero solo uno de ellos se convertirá en jefe
de la confederación de tribus que le deberán respeto y obediencia por todos los
años de su vida. Nadie podrá mirarlo a la cara. Lo reverenciaremos cada
dia, como acto de sumisión y aceptación de su poder sobre nosotros”, terminó de
decir el indio que no era de piel morena sino blanco y de ojos claros como son
los habitantes de esas tribus.
Ese indio llevaba puesta una ruana larga de
hilos gruesos e intensos colores, iguales a las usadas por las gentes de allí.
Tenía el pelo largo y negro aplastado, peinado por la mitad hasta
la frente. Ahora miraba atento como pasaba la tierra rápida debajo de ellos,
sintiéndo ser parte del buitre, mas veloz que cualquier flecha, rompiendo las nubes que por momentos les quitaban la visión,
envolviéndolos fastidiosa y friamente.
El
viaje no fue largo porque hablaron mucho cruzando el espacio, y se rieron
también, sin medida recordando historias bobas.
Y
cuando llegaron a la meseta de Gérida, vieron una enorme multitud
bulliciosa, muy activa, como de seicientas mil personas que asistirían a la
elección de su alto jefe, el cacique de la confederación Guane .
Viendo al cóndor, la multitud se asombró intimidandose por semejante pájaro encima de ellos. Hicieron silencio al comienzo, para luego saltar, gritar, correr sin rumbo y silbar enloquecidos.
Muchos se arrodillaron levantando los brazos diciendo “Es un pájaro de las estrellas el que ha venido a visitarnos. Gracias
dioses por estar con nosotros en la elección del cacique” y le
gritaban “Pájaro de las estrellas, pájaro de las estrellas, venga, baje aquí,
acompáñenos en éstos días. No se vaya, venga con nosotros para que nos guie en
lo que debemos hacer”.
Cajamarca
y Millaray estaban maravillados viendo tan grande multitud, como nunca habían visto. “Nos están llamando, nos están
haciendo señales. Quieren que bajemos” dijo
el anciano jefe Muzo asomándose peligroso a un lado del ave. Cajamarca lo
cogió, no fuera a haber un desastre y cayera desde esa altura. “Bajemos allá donde está limpio y casi
no hay gente” decía el indio señalando una largura plana que las
tribus no habían ocupado. El cóndor lo oyó, bajando sobre la indiamenta que no
dejaba de mirarlo.
Finalmente
cayó en un ángulo grande, pisando tierra y aleteando raro a modo de saludo.
La
multitud se vino en carrera enloquecida. Querían verlo muy cerquita y también
tocarlo. “Que pájaro tan grande y tan lindo” decía uno. “Es el pájaro de las
estrellas. Lo mandaron los dioses a la elección del cacique” dijo otro. “Y como
supo lo que vamos a hacer?” añadió un
tercero. “Lo que pasa es que los dioses son sabios. Como todo lo saben, mandaron
el pájaro de fuego para que nos ayude en la elección”.
La
multitud se acercaba despacio. Pensaban que podría
devorarlos de un picotazo, hasta que Cajamarca, Millaray, el anciano jefe
Muzo, y el indio mensajero se pararon en las costillas del pájaro en actitud sorpresa.
Ahí fue el asombro,
el reir, la malicia colectiva, porque viendo al indio Guane acompañado por el jefe
Muzo al que todos conocían, y al ver a Cajamarca y a Millaray, no supieron que
pensar ni como hacer nada. Entonces el indio viajero comprendió a las
tribus y gritando a todo pulmón dijo . . . .
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